sábado, 7 de febrero de 2015

¿Los días felices? Reflexiones 365 días después de mi MIR

El sábado pasado fue un día importante. El enero de la niña bonita se evaporaba mientras más de uno, seguro, tenía que echar mano del Sumial, de la homeopatía, o de hacerse un altarcillo con las estampas de santos, Vírgenes o Budas rechonchos en miniatura: amuletos y remedios para todos los gustos. Y es que el MIR y demás "IRes" volvían a hacer acto de presencia. Aunque estuve pendiente de las noticias, y de los amigos y conocidos que se enfrentaban a “El Trámite", mi feliz tarde de sábado era bien distinta: remoloneaba en el sofá leyendo un libro, sin dejar de tener en mente si acababan de empezar, si les sudarían o no las manos, y a qué ritmo irían gastándose chocolates y cocacolas; cuánto tiempo les restaba para el final. Pero, después, inmersa toda la semana en un curso de electros en el Clínico, cerrado con un apetitoso doblete viernes-domingo de guardias de Urgencias, apenas he curioseado preguntas, dificultad ni resultados. 
Y es que es increíble con qué facilidad pasa un examen de gobernar tus días a merodear de cerca pero saludando desde lejos. Hace no mucho me preguntaban cuántas netas obtuve, y ni me acordaba. Ni se me hubiera pasado por la cabeza hace poco más de un año, cuando me despertaba y me acostaba pensando en ellas. Cuando aquellos últimos días eran, decían, el principio del fin. Sin darme apenas cuenta ya ha transcurrido un año: el mismo día, a la misma hora, me encontraba de nuevo cerrando otro enero. Pero de qué diferente manera.  

Principio del fin. Más bien, ya veréis, un tremendo corto y cambio. Al fin y al cabo, no tiene mucho sentido hablar de principios y finales cuando  no paro de toparme con ellos por todas partes: de rotación, de fiesta, de curso, de sesiones clínicas, de lo que pudo ser y no fue, de guardias memorables y otras horrorosas. Puntos de partida y de llegada que se suceden a una velocidad vertiginosa mientras, por el camino, yo trato de aprender y aprehender cuanto puedo. Pero siempre intentando no caminar en círculos. 

En medio de esta vorágine, a veces, nos paramos a pensar. Y no sé si esto es lo que nos imaginábamos. Esa dulce vida del residente de primer año. Los días felices que nos habían prometido. Porque aquí hay hueco para todo. Caben el subidón de las primeras veces: la primera vía central, el primer parto, el primer “caso gordo” que no se te escapa en la guardia. Pero también la incertidumbre, la sobrecarga, el cansancio, las dudas. El ser el último mono. El tener que estudiar más que nunca, en realidad. Una vida circular cuyas estaciones son madrugón, hospital, cansancio, muerte súbita en el sofá, estudiar, dormir y volver a madrugar. Y, claro, ¡menudo bajón! Cuando te das cuenta de que, tras esa nube donde flotábamos cuando calor y novedad se daban la mano, de que a nuestras vidas, a lo que hasta ahora éramos, las montaron en una montaña rusa y las pusieron boca abajo para sacudirlas.

Nos hacemos mayores. Los veintipocos van siendo más bien veintitantos, y quizás es que nos toca madurar de forma brusca, como a frenazos. Y eso cuesta. Así que, mientras los días vuelan nos dejamos arrastrar por ellos, dejándonos llevar por la corriente de “lo que toca” esta vez. 

Pero pensémoslo: en el fondo, dejarse llevar suena demasiado bien, después de haber ido contra tantas cosas tanto tiempo: contracorriente, contrarreloj, contra viento y marea, contra percentiles. Y además, mientras en la orilla encontremos amigos, chocolate, ganas y caprichos de saliente de guardia, nada puede ir tan mal ;)

El domingo volvía a Madrid tras un efímero fin de semana en casa, y al dejar a la izquierda el Doce me di cuenta de que en cuestión de semanas los erreblastos andarán pululando por los pasillos, ávidos de información. Si me preguntan a mí, les contaré qué deprisa sucede todo. Les hablaré de la montaña rusa. Si da tiempo, les hablaré de pros y contras. Les diré que se busquen, siempre, una vía de escape. Que se lo impongan. Y que, bueno, de Anestesiología aún no puedo contarles mucho, aparte de que me está ganando poco a poco. Me conquista despacio, y, claro, creo que estoy enamorando de ella. Profundamente. Y creo que será un amor para toda la vida.

Trataré de ser escueta, y es que por ahora sólo sé unas cuantas cosas: que van a ser muy felices, si así lo quieren. Que yo de ellos me entregaría a la profesión, pero que no pueden olvidarse de que, ante todo, hay que vivir. No se puede ayudar a los humanos si uno no se comporta como tal. Que, otra vez, podemos con lo que nos echen. Y que yo, de momento, y cada vez más cerca de ¡ser R2!, duermo algunas historias y sueño con escribir otras.

PD. Enhorabuena a los erreceros/erreblastos. Llamadlo como queráis: el principio del fin, el cambio, el looping. Pero vuestra olaza ya es vuestra. Porque, pase lo que pase, al final estaréis en vuestro lugar, y algún día lo sabréis. Lo sentiréis. Pero, amigos, os quedan unos meses de neurosis colectiva. Y, como yo pasé por ello (y de qué manera; que se lo pregunten a mi madre) me ofrezco por si puedo resultaros de ayuda: qué preguntar en "la ruta de hospitales", por qué elegir Anestesia, cosillas sobre los hospitales donde yo pregunté...
Pretendo crearme un correo, pero podéis escribirme en comentarios. Espero ser útil :)