domingo, 12 de abril de 2015

Ayer no tuve que buscarte

Esta tarde buscaba un poco de música. De esa que está viva, de la que se abre paso entre el viento para para poner en pie al perezoso del vello de mi nuca. Caminé, no mucho -bendito barrio-, para llegar a uno de mis rincones favoritos de Madrid.

Luego, he esperado a que se vaciase exactamente el banco en que yo quería sentarme. Y así, estratégicamente paciente, logré tener a la espalda las notas de esa flauta travesera. Me comía un helado sentada en ese banco (ya sabes: estoy "en edad de crecimiento" ;), mientras el domingo se exprimía, mientras yo miraba perros, parejas, niños patinar, y pensaba en ti: en cómo me gustaría contarte tanto.

Contarte que esta tarde buscaba la música como si no tuviese otra misión en esta vida, pero que, últimamente, no te creas, busco pocas cosas. Sigo persiguiendo estrellas; eso siempre, eso no cambia. Las de mi falda, las que se asoman cuando miro bien hacia arriba en este cielo contaminado de luz ajena, las de su espalda dibujando constelaciones que acariciar toda la noche. Busco motivos hasta cuando me los encierran bajo siete llaves. Pero busco poco más: lo demás, que me encuentre, que aquí estoy.



Fíjate: ayer, como de repente, habían pasado cinco años desde que algún Dios inconsciente decidió que te quería a su vera. Demasiado temprano. Pero en parte comprendo su ansiedad por llevarte más pronto que tarde: quería tus carcajadas resonando tan alto; allá arriba les faltaba la vida que tú irradiabas.

Busco poco últimamente, ya te digo. Y aunque ayer habían pasado cinco años, ayer, a ti, no tenía que buscarte. Mira que me vienen a la cabeza al menos tres iglesias a las que llegar caminando en menos de cinco minutos; mira si en alguna de ellas un cura desconocido podría haber pronunciado tu nombre, y yo haber dejado escapar una lagrimita de pena y de rabia. Mira si tendré cientos de fotos donde sonríes. Pero no tenía que buscarte ni tenía que llorar: estabas conmigo. Siempre lo estás. Así que hice lo que hubieras hecho tú un sábado cualquiera. Fundí tarjeta, reí, le sobé los mofletes rechonchos a mi sobrino, y, por la noche, me bebí un mojito a tu salud. Ayer no tuve que buscarte porque tú sola te hiciste sentir en esa cotidianidad de que la aprendí a disfrutar, en gran parte, gracias a ti. No encontré mejor forma de encontrarme contigo en un punto indefinido de esta distancia intangible. Qué mayor homenaje que celebrar la vida como tú me enseñaste: “¡Fuma, bebe, y hazte una perdía!”.

Han pasado cinco onces de abril, y a mí la vida me pasa muy rápido últimamente, mientras trato de hacer que mi brújula funcione con más tino. Sigo ansiando llamarte a ti también, como llamo a Curro de tarde en tarde, para escuchar que me dices al descolgar “¡Hola, hermosa!”, para darte la última hora del estado de mi corazón, tan blando. Para contarte que me he enamorado por partida doble: de Madrid y de Anestesia. Y es que, del otro modo, hace tiempo que no me enamoro. Quizás sea aquella vieja primavera llena de lluvia y de finales quien conserve los recuerdos de la última vez. Nadie ha vuelto a tocarme el corazón así. Ojalá hubiera podido leerte aquellas cartas, ojalá hubieses sabido de ese ingenuo amor que no encontró su momento. Ojalá hubieses conocido a Jules: lo adorarías. Y a la loca de la penca. Ojalá tuviese en papel aquella última foto. Ése día yo no estaba, pero mamá me contó que ése día te zampaste no sé qué pastel, so galga, que llevaba nata, y te manchaste de blanco alrededor de la boca. Había una foto en un móvil viejo, que se perdió cuando daba los últimos coletazos su obsolescente batería. No me hace falta foto, la recuerdo bien: un jersey claro de cuello alto y cremallera, tus gafas casi redondas, tu pelo tan rubio, tan bien peinado, tu boca pillada in fraganti, dudando entre la sorpresa y la carcajada, el fuego ardiendo al fondo.


Ojalá pudiéramos darle quehacer a mi teléfono fijo. No es que lo use mucho, pero me gusta tenerlo. En cierto modo, me hace sentirme adulta, aunque sólo sea por pagarle religiosamente a la compañía telefónica. Porque yo, ya sabes, siempre seguiré en edad de crecimiento: siempre encuentro el modo de aferrarme a mi niñez hasta casi clavarle las uñas.
Qué cosas, Nati: cinco años después ya sólo puedo reírme con tu recuerdo. Para qué derramar lágrimas que nunca te traerán de vuelta. Cinco años más vieja y cómo me siento es más pequeña. ¡Cualquiera diría que mañana mismo he de ponerme con el papeleo odioso de la declaración de la renta!

...No tuve que buscarte. Duermes, acurrucada y arropadita, en un rincón molloso de mi corazón blando. 


4 comentarios:

  1. Me llegas al alma, siempre, con cada una de tus palabras. Palabras que son más, que son sentimientos, olores, voces, arrugas en las comisuras de los labios. Un soplo en la nuca y una patada en el estómago.
    Nunca dejes de crecer pero no termines de hacerlo nunca.

    Besos :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ...A mí al corazoncete blando, con esas palabras tan bonitas :) Muchísimas gracias por tu comentario.
      Espero no dejar de hacerlo, sí. ¡Bienvenida, y nos leemos! ;)

      Eliminar
  2. Directa al alma. Enhorabuena y mucha fuerza!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. :)

      Me alegro de que así sea, aunque ojalá siguiese aquí para no tener que mandarle cartas al aire de año en año.
      Gracias, ¡y bienvenido! ;)

      Eliminar