viernes, 26 de abril de 2013

Lo que es abril


Abril es un paseo en el que descubres una insólita pareja de patos en la charca que se forma cerca del colegio cuando llueve. Abrir la ventana para tener el honor de ser público del espectáculo que ofrecen las ranas en su concierto nocturno. Abril es agua, es recorrerse Madrid con frío y lluvia, y viento. Es caminar, caminar, caminar hasta localizar los frescos de Goya junto al Manzanares. El Madrid que no conocías y siempre quisiste conocer. El Madrid que, puede, te ayude a saber dónde pararás en doce meses. Es callejear por ese barrio “de modernos”  con la intención de alcanzar esa calle, y observar pensativa el portal, número veintitrés, donde se apagó la voz profunda, triste, rota, de Enrique. Es una cajita con El Beso de Klimt llena de té que huele a chocolate negro, y, sobre todo, es quién te la regala. Es volver a ver a viejos amigos y recorrer con ellos el Paseo del Prado. Y, con viejos amigos, es tomar  un té con vistas al templo de Debod y escuchar embelesada hazañas sobre Egipto y sobre cómo hemos cambiado (no tanto, en el fondo).

Abril son estaciones de tren y conversaciones ajenas entre viejos y jóvenes. Son niños que ríen y alborotan, que riegan las plantas con el abuelo y que crecen por momentos. Que se inventan el resultado de las sumas que les pregunta su hermano mayor porque aún no tienen ni idea de que dos más dos son cuatro (ni falta que les hace). 

Abril son cielos tricolor, son nubes rabiosas que se arañan y se hacen jirones fabricando tormentas y tardes cálidas que regalan certezas breves de que el verano se acerca.

Abril es magnificar los sueños y ver cómo mis mires alcanzan los suyos (y vivir unos días actualizando cada equis tiempo la web del Ministerio, por qué negarlo). Es disfrutar de los sábados aprendiendo y reaprendiendo,  y, sobre todo, de los domingos. Es achuchar a la Gorda, y bañarla pillándola de improviso porque, si no, no hay manera. Y que se seque al sol.

Es la felicidad en forma de cuadernos nuevos que da pena estrenar. Es disfrutar con una novela sobre Afganistán, es negarse a apagar la luz por la noche porque los libros te atrapan como solían hacer. Abril es soñar contigo, y descubrirme enfadada con el sol por la mañana por haberme despertado antes del beso.

Es una lagrimilla traviesa que se escapa en las noches de cansancio y de soledad; y cuando te sientes culpable, y cuando quisieras abrazar muy fuerte y algo más fuerte aún te lo impide. Abril es perdonar, comprender, tratar de ver sólo lo bueno. Maquillar a la virtud para que los defectos no le hagan feo. Pero eso, abril, es harto difícil cuando es más el peso que el paso de los años; es tan difícil cuando ganan por goleada el rencor y el dolor. Aunque la victoria no sea justa.

Abril es compartir alguna pena en cementerios no tan olvidados. “Veinticuatro años viniendo todos los días”, me cuenta mi vecino, y su luto y sus ojos se empapan tras las gafas. Otras losas las ensucia el polvo de un olvido veloz y la falta de flores frescas. Después, cambiamos de tema y, mejor, mucho mejor, reímos;  “…de lo que pensaría si te oyese”. 

Son conciertos con mi melómano favorito.

Abril es el milagro mundano que se obra a la hora del desayuno cuando te regalas dos minutos más y lo haces especial con un zumo de naranja (o con el bizcocho de mamá). La magia de la cotidianidad, de ése equilibrio que la vida improvisa cada mañana para continuar girando y bailando. Frágil, candente, tembloroso a veces, pero tan vivo.

Es ropa tendida meciéndose lenta, es ruido de cacerolas y aromas que se escapan desde las cocinas para colarse por las ventanas abiertas, por la escalera. La música que, desde el tercero de la puerta del felpudo rojo que hace un guiño a Hollywood, me eriza el vello de la nuca todas las mañanas. Es todo cuanto observo en el patio trasero cuando me levanto, aburrida, de estudiar cosas absurdas: los trocitos de vidas que se intuyen en esas ventanas. Y me pregunto si no será la de tu cuarto alguna de esas cortinas. Y me imagino el espacio que llena tu risa y el vacío que deja tu ausencia, y me sorprendo una vez más preguntándome qué poetas atestan tus estanterías, qué discos escuchas estos días, y si tú también doblas las esquinas de los libros cuando ésa frase te arranca una sonrisa leve. Y me concedo valor por momentos, y después me vuelcas el corazón y los esquemas cuando creo verte y luego no te veo. Es el poder asombroso que tienes para convertir en color una tarde gris y para que la lluvia pase de incordiarme a besarme. Como yo te besaría.

Quizás abril es abril porque hace mucho que no me lo robaban.

jueves, 11 de abril de 2013

Los onces de abril


Hoy vuelve a ser once de abril. Hace tres años que no se escucha tu risa, ruidosa, por estos lares. Aunque, la verdad, no me cabe duda de que, allá arriba, resuenan tus carcajadas atónitas, incrédulas, ante el folletín del que somos tristes espectadores.
Y hoy hace tres años que duele tu ausencia, que se pelean a codazos mi risa y mi llanto cuando me acuerdo de ti; salen a escena por turnos, echándote de menos. Queriéndote de más.
Duele no poder contarte lo mal que iba todo, y que, después de todo, todo mejoró. Duele no tener testigo de excepción de mis desventuras, mis viajes, mis amores imaginarios, del fin de esta etapa en la que yo contaba contigo. Dolerá el sitio vacío que yo siempre quise guardarte a ti, “la impedida”, el día de mi graduación.
Duele mucho no verte. Consuela sentirte, imaginarte, recordarte tal como fuiste, y quererte aún, a pesar del infinito, por siempre.