jueves, 7 de marzo de 2013

-¿Café solo? - No, contigo.


Nos tocó vivir en la era del no romanticismo, del ego y las altas expectativas; en el tiempo en que, a falta de cariño, surgían espontáneos que ofrecían abrazos gratis en mitad del bullicio de las ciudades grandes. Los besos ya no se robaban: pasaron a convertirse en moneda de cambio en el negocio apresurado de un rato de calor.

Nos robaron la juventud y nos la cambiaron por metas, por cifras y por relojes exprimidos. Nos machacaron incesantemente el alma y nos relegaron a un rincón oscuro y frío, a la sombra de los fantasmas densos de sonrisas que algún día existieron quién sabe dónde.

Pero rescatando sin quererlo un entusiasmo perdido yo me enamoré profundamente. Raramente. Inesperadamente. De un modo más irracional que nunca, más fuerte que mi férrea voluntad. 
Se resquebrajaron sin motivo mis fortísimos muros y me enamoré de ti sin tú saberlo, de la vida y su discurrir. 

Me enamoré indefectiblemente, incondicionalmente, idiopáticamente. Me enamoré sin que aquello formase parte de mis cuadriculados planes mientras buscaba tus zapatillas grises en las mañanas heladas, al calor del café caliente que tomabas solo y que, luego, un día, cargada de valor y excusas tergiversadas y con las rodillas flojas, muy flojas, te pedí que tomaras conmigo. De tu voz áspera e intoxicada, de tus maneras suaves, de tu pelo alborotado y de tus manos hábiles. De reírme cuando pienso en las estrellas que dibujas en mi espalda, de las chispas de vida que brotan de tus ojos raros. De las canciones compartidas aunque tú no lo sepas. De llegar a la conclusión de que la octava maravilla del mundo es el milagro de tu vida y la mía.

Años después caí en la cuenta de que me desenamoré, al escribir sobre tu amor sin temblar. Al otro lado del cristal nuestra historia se escurría con la lluvia calle abajo, desaparecía camuflándose en los charcos. Pero también caí en la cuenta de que indefectiblemente, incondicionalmente, eso sólo sucederá hasta que me tope de nuevo contigo y vuelvas a desencajarme, una a una, las piezas rotas. 

  

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