lunes, 10 de diciembre de 2012

No soy yo, son mis hormonas


De vez en cuando saco conclusiones; es como una especie de afición. Hay una bastante obvia, pero que olvido con frecuencia, y que, será por su obviedad, me encanta: que soy humana. Luego se me olvida, repito, pero de vez en cuando me acuerdo de tal perecedera y frágil condición. Y me siento a escribir, largos minutos, porque soy humana y tengo necesidades; entre ellas, esta de aporrear el teclado de un ordenador para calmarme cuando estoy nerviosita perdía y mi frecuencia cardíaca oscila como si mi miocardio estuviese dándose un voltio en el Dragon Kahn.

Mi propósito de diciembre era escribir prácticamente a diario. Pero tan firme como mi propósito es lo inalcanzable de mi deseo de un horario fijo en el que poder encontrar un hueco (“Te equivocaste de futura profesión, maidárlin”, te dice el demoñete que se balancea, guasón, en el hombro izquierdo). Así que soplo, resoplo, y vuelvo a resoplar mientras maldigo la carrera, la bibliografía, al tiempo volador y a mis hormonas. Pero luego vuelvo a tener un periodo de lucidez y vuelvo a acordarme de aquello de que soy humana. Y por eso no doy más de mí. Porque es humanamente imposible sacar huecos de donde no los hay. Juro que lo intento. Pero no es posible, no.

Hagamos una revisión de huecos potenciales. ¿Al salir de prácticas, después de comer? Dado que un día salgo a las doce, y al siguiente a las tres, y al siguiente, ¡oh, sorpresa!, te cambian otra vez las clases y tienes que reestructurar la semana entera…Pues no sé, quizás podría adoptar una actitud cosmopolita, así como de mujer de mundo, en mis horarios. Total, ¡puestos a probar! Un día como  “a la inglesa”, a las 12.00 p.m.; al siguiente “a la francesa”: una triste omelette en “modo pavo de corral”,  engullendo sin masticar, rauda y veloz como un avestruz de largas patas.  
Otro hueco: ¿a última hora de la tarde? Ah, no, hermosura, a menos que quieras parar de estudiar a altas horas, cuando los párpados caigan por su propio peso, o a menos que quieras faltar a clase de ballet y Pilates. ¡Ah, amiga, eso sí que no! Mens sana in corpore sano, que decían en aquel anuncio, y yo lo del corpore, por eso de que lo decían los griegos antiguos, si no me equivoco, me lo tomo muy en serio desde que la abuela del yogur –griego,claro- dijo aquello de joroña que joroña y me marcó por los siglos de los siglos amén).

Total, que peco de persiana: que no puedo cumplir mis propósitos creativos a la par que desestresantes porque, como soy humana, no puedo alargar los días más allá de las horas que tienen. Suele ocurrir, entre las féminas (ustedes, señoritas, se sentirán perfectamente identificadas leyendo lo que sigue), que cuando no te acuerdas de que eres humana pasas un mal rato (un mal día si la cosa se alarga) y lloras desconsolada, náufraga en un mar de hormonas, con el ibuprofeno agarrao con fuerza cual salvavidas, y te acuerdas del buenorro de Ashton Kutcher en aquella película, y le imploras en tus rezos secretos que venga y te traiga un CD con una  bloody tracklist para la ocasión. Y lloras desconsolada otra vez más, y te sientes como si tuvieses, otra vez, cinco años y te hubiesen robado la Barbie de turno siemprejuntassí-¡tequieromamá! (¿recordáis el anuncio?).Y al día siguiente te preguntas por qué pasan estas cosas, y te respondes rápido con la réplica que llevas tiempo elaborando y repitiendo como un mantra estos días en que el temario aprieta pero el tiempo lo hace más: soy humana, soy humana, soy humana. Soy humana y tengo hormonas. Lloro, tropiezo, me caigo, me levanto, pero me vuelvo a tropezar en la misma piedra. “Aprende de tus errores”, te dice el pesao del angelote colgante del otro hombro. Pero si la piedra te la pone tu organismo ahí, mes a mes…¿cómo la evitas? ¡Si más que una piedra parece el iceberg del Titanic! ¡Hombre ya, derrotemos de una maldita vez a estos malvados estrógenos y progestágenos!

En fin, nada que el mantra y unas tortitas hiperchocolateadas preparadas con amor de madre no puedan solucionar. A pesar de ello, la carga estrogénica es alta, muy alta, y te vas enfurruñada a la cama. Pero te duermes rápido, las hormonas te provocan hipersomnia. Ellas son así. Complejas, coñazo como ellas solas, les gusta incordiar. Vienen de visita cada mes para abrir la puerta de tu durmiente mala leche, que sale como un toro bravo al ruedo (pobres de los que tengan la mala suerte de estar a tu alrededor en esos días) y dar vía libre a los comedones de tu piel para que hagan su metamorfosis mensual a volcanes en erupción.

Así que, cuando me veáis llorar, que sepáis que no soy yo: son mis hormonas. 

lunes, 3 de diciembre de 2012

Diciembre


Back to december que cantaría Taylor Swift (melosona hasta los promielocitos-médula, mil perdones- que es una, ¡ea! Y no, no tengo quince años ni vivo in the US, pero…). Probablemente diciembre sea uno de mis meses favoritos. Es tiempo de luces en cada árbol, en cada farola, en cada escaparate; tiempo de las últimas hojas agarradas a los árboles, resistiéndose al frío, el mismo que congela apéndices nasales y vuelve azules y agrietadas manos que intentan termorregularse debajo de unos guantes o buscando otras manos, en función de la suerte en el amor y otras vicisitudes de cada cual. De promociones en muchas tiendas, en una especie de adelanto a las rebajas, para intentar vender lo que ya no se vende porque no hay dinero para comprarlo (y de shopaholics que suspiramos-digo, que suspiran- con la naricilla pegada a los cristales mientras siguen soñando con un vestidor rebosante y otras superficialidades y cosas cotidianas navideñas, como patinar sobre hielo en la pista del Rockefeller Center-vivo en en la Tierra, sí :).
Y como es diciembre y yo soy como soy, después de un domingo malo y una primerahoradelamañanadelunes en la que casi muero asesinada por mi querido e inseparable calefactor (está el pobre en plena adolescencia, y se ha rebelado contra mí y contra la que está cayendo en la calle, y en lugar de mandarme soplos de aire calentito con su relajante runrún de ventilador de invierno le ha dado por echarme chispas, y llamas no porque no le he dado tiempo y lo he apagado corriendo), resurjo de mis cenizas y de entre mis agobios y me pongo la sonrisa otra vez, que la he dejado salir poco, a la pobre, estos últimos meses. Lo hago con una especie de calendario de Adviento, sólo que en lugar de abrir ventanitas y encontrar chocolate, abriré cada día el cajón de los buenos propósitos para sentarme, un ratito, a escribir. No prometo que vaya a ser a diario, pero al menos voy a intentarlo, aunque  mi tiempo escasee y sea ahora sea la Neurología la que me sorba el seso (¡y nunca mejor dicho!).
Feliz diciembre.