martes, 28 de agosto de 2012

Tengo dos amigas


Dicen que los amigos se cuentan con los dedos de una mano. Pues yo tengo la fortuna de poder utilizar casi ambas para ello: al contar, la suma es igual a una increíble colección de personas excelentes que forman parte de mi historia, que forman parte de mí.

Pero tengo dos amigas que merecen punto y aparte.

Tengo una amiga que te pone los puntos sobre las íes: te quita la venda de los ojos para que veas con claridad cosas que, sola, serías incapaz. Incluso cuando a veces es doloroso. Al final, se lo agradeces. 
Pelea como una leona cada día para conseguir su sueño, y los bebés venideros del mundo y yo sabemos que está a puntito de lograrlo. Una vez casi la pierdo, casi nos perdemos, pero al final…"Dios nos cría y nosotras nos juntamos".
Habla por los codos, gesticula, y da golpes sobre la mesa cuando habla. Yo también lo hago: será que todo se pega. Conoce refranes de esos que destilan sabiduría. Mi tita Rosamari y mi madre la adoran, y no es para menos. Tiene los dientes blanquísimos y un corazón que se le desborda. No te mandará un beso por teléfono, ni te abrazará muy a menudo, pero cuando lo haga, será el más sincero del mundo. 

Tengo otra amiga que está loca, y ella lo sabe. Y que lo esté, y que lo sepa, y a pesar de ello siga evitando la cordura, es lo que la hace tan increíble. Tiene delirios de grandeza, y precisamente eso es lo que la hace a ella enorme. Hace listas de cincuenta utopías, y al minuto siguiente te baja a la Tierra a ti también. Ella siempre te hace ver el lado bueno de las cosas, y tú a ella cuando es ella quien está de lunes: feed back, lo llamáis. Su oído está de guardia veinticuatro horas al día para escuchar todas y cada una de tus teorías sobre la vida y los amores imposibles.
Es la reina del drama y del fifty-fifty: es la responsable de mis agujetas abdominales porque te hace llorar de la risa, y luego es ella la que llora cuando descuelgas de cuatro paredes cinco años de tu vida. Pero hermosura, sabes que estaré a la vuelta de la esquina. Llora con los abuelos y defiende el derecho a llorar. 

Tengo dos amigas geniales sin las que no sería lo que soy ahora y que me hacen de brújula cada día. Ambas tienen un estilo que quita el sentío. Y un día de agosto, sin ton ni son, me apetecía recordarles cuánto las quiero :)

viernes, 24 de agosto de 2012

Agosto en La Mancha


Emulando a Jeanette, entono un sentido “¿Por qué te vaaaaas?” dirigido a mi capacidad de concentración. Se va, o quizá nunca vino, no lo sé. Creo conocer la razón de su abandono, y no, no se fue a por tabaco: se fue porque vinieron todos. Porque es agosto y vinieron todos: “los forasteros”. Ya están aquí: sálvese quien pueda.

También llamados cariñosamente y a modo de abreviatura “fotes” por mi sabia madre maternal, forasteros es la palabra que toda viejademipueblo que se precie utiliza para designar a aquellas personas que vuelven a las villas manchegas en verano para doblar o triplicar su población y vaciar las estanterías de los supermercados. Recién llegados de capitales y ciudades dormitorio desde todos los puntos de España, no vienen solos: son como los niños, que traen un pan debajo del brazo, pero en lugar de pan lo que traen es coche con baca con bicis, cónyuge o equivalente, y descendencia variada, entre infantes y mascotas varias,  y las eses correctamente pronunciadas, que se irán extinguiendo paulatinamente conforme se introduzcan, de nuevo, en el mundo rural. Huelga decir que difieren, no obstante, de los recién nacidos, pues en este caso no traen pan: más bien se lo llevan, el uno de septiembre, junto a los botes con conservas de pisto, el choricillo y el lomo adobado que la agüela preparó en la matanza de enero; también se les conoce como asaltaorzas. Arrasan a su paso con huertos enteros.

Sí, agosto es una locura. Pasear a la Gorda sin exponerse a que se produzcan altercados perrunos con los canes recién llegados sólo es posible dándose una el madrugón, cosa que en el fondo es harto agradable porque las ocho de la mañana es el único momento del día en que se puede pisar la calle sin arriesgarse a derretirse sobre el asfalto cual mantequilla en sartén. Por cierto, una duda me corroe las entrañas: ¿por qué los fotes dejan de usar las bolsitas negras perfumadas, que estoy segura sí utilizan en la capital? ¿Acaso en las aceras del pueblo las cacas desaparecen solas? Grandes misterios de la humanidad (investigaremos el asunto de la hez evanescente).

Y no sólo traen perros y vacían despensas, no. También son expertos en reformas. Cosa fantástica, oye: significa trabajo para las cuadrillas de albañiles, un poco de movimiento para nuestra economía. Pero también significa ruido. Mucho ruido. Excavadoras y otras máquinas motorizadas y su correspondiente pitido incesante, repiqueteo sobre el cemento, hormigoneras, la radio, o los cánticos celestiales de obreros cuyo icono de estilo es Bustamante antes de ponerse cachas. Y polvo: mucho polvo. Así que tienes dos alternativas en lo que a ventanas/balcones concierne: cierras y el aire no circula (en fin, con la temperatura que tiene, casi mejor conformarse con que recircule con el ventilador el aire que tú recalientas), o la dejas abierta y el polvo inunda hasta el último rincón de la casa.

Además, están mis compañeros de fatigas mañaneras; ¡los conozco ya tan bien! Nos tenemos tanto aprecio que ellos no sólo vienen en agosto. No. Desde mayo ponen la banda sonora al comienzo de mis mañanas de estudio: los vendedores ambulantes. Que digo yo: ese enorme cartel a la entrada del pueblo que reza “Prohibida la venta ambulante”, ¿qué significa en realidad? Que vamos, yo prefiero que vengan y paseen por doquier la potencia de su megafonía y la decoración molona de sus furgos (rótulos como “Mi Mari”, o enormes Jesuses y/o Vírgenes variadas), ¡que tanto esfuerzo invertido en tunearlas no puede ser malgastado! Además, me plantean un reto día tras día: el de adivinar quién nos ofrece hoy su mercancía.  Y es que conozco al dedillo cada uno de sus eslóganes: el del chatarrero, el de la rubia-de-toas-las-semanas , el del rubio (cabello para todos los gustos), o el de los melones de “La Membrilla”. En serio, los adoro. Eso sí, en mi ranking de favoritos encabeza la lista el vendedor de pollos, que, entre anuncio y anuncio, pone canciones de Manolo Escobar. ¡Y que viva España!  Sólo vino una vez, pero encandiló mis oídos, se hizo con el puesto y no creo que nadie lo pueda desbancar. El eslogan me lo reservo; merecería la calificación de dos rombos, y puede haber menores.

Y luego está “el frejco”. A eso de las diez de la noche comienza el espectáculo: las puertas o portás se abren, las cortinas (normalmente el modelo estándar de tiras de plástico en marrón y beige) se apartan, y entre ellas aparecen un desfile de sillas plegables que se despliegan, valga la redundancia, en las aceras. No, no se sentarán de cara a la pared, que esto es La Mancha pero tenemos mucho glamour: se colocan al estilo de los cafés parisinos, orientándose hacia la calle, que no hacia la pared, para hacer el comentario pertinente cuando cruce el viandante de turno. Si tienes suerte, será algo bueno, y ni siquiera lo escucharás. Si eres menos afortunado, y especialmente si tienes prisa, intentarán preguntarte por la vida y milagros de tu tía Rita y los pormenores de la operación de próstata de tu tío abuelo Eustaquio. Si ya les das la mano y cogen el brazo, entonces directamente criticarán por vez número mil la alimentación de tu perra (¿se ha parado usted a observarse la barriga cervecera, caballero?), o “¿Ya vaaas?” (sí, señora, si sé que me tiene usted ya la hora cogida).

Por otra parte, los niños me encantan. Pensaba que no me gustaban y que no tenía feeling con ellos, pero sí. Eso, o mi reloj biológico se acelera (deténte, hermoso, que no tenemos FM todavía). Pero los niños forasteros están hechos de otra pasta. Pueden ser las dos de la mañana, y puede que tú y otro tanto por ciento nada despreciable de la población trabajéis y por tanto madruguéis, que ellos seguirán chillando por las calles como si no hubiera un mañana, o apareciendo en bicicletas supersónicas en las esquinas, haciéndote pegar el frenazo del siglo. Pero vamos, que su intención es buena: por si el capó tiene hambre.
O sea, la ley de la selva. Llegan de la ciudad, ven que los huevos salen de las gallinas, y se nos despendolan las criaturicas. Ea. 


¡Así es agosto en el pueblo, amigos! Pero vamos, que lo dicho: yo adoro su fauna y flora. En serio. Mi pueblo no sería mi pueblo sin la visita estival de los de ciudad, ni el verano, verano. Y puede que yo me transforme en uno de ellos un día no muy lejano, así que por la cuenta que me trae…sólo les hago críticas constructivas en forma de casi objetiva exposición de los hechos.

Pero. los aprecie o no, lo cierto es que cuando llega agosto, se acabó la paz, se desempolvan mis apuntes de Oncología y se fue mi concentración. ¡Es que es antinatural estudiar en verano! Menos mal que existe ese bendito artilugio de gomaespuma rosa que medio salva mis mañanas de estudio: los tapones. Gracias por vuestro esfuerzo bloqueando ondas sonoras intrusas en mi conducto auditivo externo, chicos, os quiero.