miércoles, 23 de mayo de 2012

De velocidad y días más largos


Tiempo. Días de veinticinco horas. O más, puestos a pedir. 
Eso necesito. Y la causa no es “cuántas cosas tengo que hacer”, que también, como buena quejica en proceso de desquijificación que soy (algún día, no muy lejano, formaré parte de exquejicas no anónimos y orgullosos de serlo). La causa, señores, no es otra que los requerimientos de sueño y descanso de éste mi cuerpo, y la lentitud motora de la que es orgulloso dueño. Pueden denominarlo/denominarme como más común sea en su ámbito: pachorrona, papo, lerda, leeeenta, gansa (toda una demostración de poderío léxico, ¿eh? Tengo sueño residual, no me lo tengan en cuenta). 
Esas y no otras son las responsables de mi petición, a la que muchos se unirán por igual o diferente motivo (si es el mismo, por favor, hacédmelo saber para que no me sienta tan sola e incomprendida en mi mundo ralentizado). 
Si tuviera días de veinticinco horas no tendría que preguntarme por qué en dos horas de estudio sólo he subrayado diez páginas de uno de mis horribles tochos, ni tendría de qué preocuparme de qué le sucede a mis conexiones nerviosas cuando tardo en barrer y fregar éste mi cubículo universitario una fracción de tiempo cercana a la media hora. Ni cómo es posible tardar diez minutos largos en fregar un plato, una taza, unos cubiertos, y lavar y cortar un brócoli (sí, me estoy haciendo una mujer de provecho que poco a poco, microondas/cocina al vapor mediante, de vez en cuando hasta “cocina” algo).

Pues eso. Tiempo escaso. Lentitud a espuertas. Geriatría y Oftalmología me esperan en forma de dos hermosos e inabordables exámenes el 15 de junio. Ganas de estudiar y de continuar pasando mañanas de nueve horas en el Perpe (igual a hospital número dos, dónde ahora estoy de prácticas), igual a cero.
Motivos todos ellos de la falta de uso de mi estetoscopio. Pero espero, entre conjuntivitis y lámparas de hendidura, y ancianos frágiles con comorbilidades múltiples, seguir desahogándome-contándoles mi vida-dejando a mis tornillos seguir vagando por el espacio cuales entes cósmicos (o cuales miodesopsias, o cuales detritus en un signo de Tyndall-podéis pedirme la traducción de estas frikadas médicas, lo haré encantada) a través de mis palabras y de este golpear de teclas que tanto me gusta. 

lunes, 14 de mayo de 2012

El momento de mayor cordura de tu vida


Cuando la casualidad, la magia y la suerte se dan la mano. Es en tal condicional cuando la vida, al fin, te devuelve la sonrisa. Raro e infrecuente. Pero a veces ocurre. Entonces el tiempo y los pies frenan en seco, y, en una paradoja,  el corazón se acelera. Golpea tan fuerte que parece escapar del pecho. Y giras, y miras, y te frotas los ojos y vuelves a mirar. Y piensas que no puede haber tarde de primavera más bonita. Y deseas no estar soñando. Deseas que la esperanza, las plegarias, los ojos húmedos, la magia y la ciencia hayan unido sus fuerzas en una particular conjura, y deseas que sea ése momento el de mayor cordura de tu vida. Abrazas esa realidad y la guardas en el cofre de los más bellos tesoros. 
Vuelves a pensar que, después de todo, la magia existe, y, como un día dijiste, medio en serio, medio en broma, "las casualidades son más bonitas".

viernes, 4 de mayo de 2012

Mucha magia


La ducha de los viernes. El olor a desayuno, y las lágrimas que se secan preparando bizcochos (por fin suben, ¡dimos con la harina mágica!). Después de la tormenta siempre llega la calma. Los abrazos a tiempo y a destiempo, al por mayor y a demanda.  El asalto súbito, a la altura de la cadera, de unos ojos tintados de un azul insólito; una vocecilla y un abrazo: la frescura, la espontaneidad, hechas personita. 
Los últimos cielos de abril, que parchean el azul de blancos y negros. Los abrazos al abuelo. Las llamadas inesperadas, y el feed-back, que, en el fondo, siempre funciona. Colocar a la Gorda una cinta rosa sobre el collar, y llamarla “chica guapa”; ésa bola de pelo blanco siempre me hace sonreír. 
Los gatos que, demasiado rollizos para ser callejeros, cazan pájaros en el tejado de enfrente.
Los folios desparramados, y los dedos manchados con trazos multicolor. La concentración que amenaza con marcharse para no volver; entonces te acuerdas de las fotos que esconden historias, y las historias que aún no sabemos si terminarán también colgadas de esos corchos. Las vidas que penden de un hilo. La fragilidad de la existencia se hace más evidente entre esas cuatro paredes. Las lágrimas que se camuflan en una nana, y, al fondo, la esperanza. 
Recordar que todo el esfuerzo merece la pena. Que tras tanta lógica hay, en realidad, mucha magia.