viernes, 19 de octubre de 2012

María Dueñas


Él me esperaba envuelto en papel plateado y no, no era un bocadillo. Un día para olvidar recibí de la mejor (la mejor todo, y punto; y ella lo sabe, y ella lo entiende) un regalo de cumpleaños de lomo grueso y ese aroma, inconfundible y seductor, a libro nuevo. Sigue esperándome alerta, dando vueltas en su cama particular, mientras le engaño con otro. Con otros, perdón. Son varios, en realidad. Qué difícil esto de la monogamia: Manual de la SER y Conceptos básicos en Cirugía Ortopédica y Traumatología también reclaman mi cariño y mi tiempo. Cuánto amor que dar. Uffffff.

Pero a ella no la esperaba. Supe de su visita por casualidad. Y llegó, y, mira tú por dónde, nos habló de casualidades. María llegó, y a sólo unos metros compruebas cuánto sonríe, cómo mece sus manos de piel tostada mientras gesticula apasionada, cómo mece su pelo, muy liso, y balancea palabras con maestría, las acuna y las pone guapas para que lleguen, llamen a la puerta y les abras, y se queden un ratito a hacerte cosquillas en las pestañas, ésas que se niegan a apagar tan pronto la luz de la mesita de noche.

María vuelca los pájaros de su cabeza y rescata los recuerdos, y los transforma con gracia en historias de patrones y espías, en vueltas atrás y reencuentros futuros, en Californias que aún no son más que un lugar “inhóspito”. Nos ha invitado a viajar, con y sin aviones: ella nos ofrece una expedición única a sólo unas horas de sillón de aquí. 

Ayer al despertar no sabía que en esa tarde de otoño conocería a una de mis escritoras predilectas. María Dueñas nos habló, mientras fuera llovían las hojas, de casualidades y de optimismo, de nuevas oportunidades y de valentía. Jugó con mi tripa y encendió mis mejillas; acudí a la cita con la ilusión de un chiquillo en la noche de Reyes, y al salir, sonriendo, respiré y, como ésa bola de plomo, noté sobre mis hombros todo el peso de las toneladas de energía que ella, sin saberlo, me cedió. Disfruté el último helado de los días templados (hoy lloverá, lo sé), y después, al colgar ése teléfono, me serví un doble con hielo y mucha sal. Una de cal y otra de arena, un día completo. Pero especial, sin duda. 

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