miércoles, 11 de julio de 2012

Innsbruck

Dos aviones, turbulencias, casualidades de ésas que tanto me gustan y paisajes impensables. Después, por fin, la ciudad de las gigantescas montañas verdes, su lluvia diaria, sus cumbres con restos de nieve perezosa, sus calles de pueblecito de cuento: Innsbruck. Julio. Bailar salsa, o intentarlo. Klinik: coger vías intravenosas, preoxigenar, ventilar, y que un residente encantador te gire la cabeza para que mires el tórax del paciente en lugar de la máquina. Intubar por primera vez. Arrepentirse millón y medio de veces de no saber alemán (si se quieren reír de mí delante de mis narices pueden hacerlo sin ningún tipo de contención: no me voy a percatar). Que amanezca a las cuatro de la mañana. Vodka shots y erasmus felices. Descubrir supermercados y papelerías de dos plantas en las que me compraría todo.
Echar de menos a los de siempre y hablar con ellos como nunca. Personas nuevas, y nuevas historias.

Pintaba bien; y el cuadro, de momento, está saliendo realmente bonito.

(Pues eso, que a dos mil kilómetros de casa sigo viva, feliz y contenta y aprendiendo por qué el propofol es blanco, entre otras cosas. Seguiré dando noticias :)

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