jueves, 26 de abril de 2012

Ensayo y error. Y acierto


Con mi mano contusionada, la inspiración de día libre y una maravillosa noche de primavera (incluida terracita, paseo y riquísimo helado en buena compañía) hoy os dejo un texto de Elsa Punset, filósofa, hija de Eduardo Punset, de la revista Telva de septiembre de 2011. Que lo disfrutéis tanto como yo :)


"Aunque todavía no he podido leerlo, me encanta el título del último libro de Albert Espinosa: Si tú me dices ven lo dejo todo…pero dime ven. Asegura el autor que se lo sugirió una señora mayor a la que conoció en una tienda, que le advertía del peligro de dejar pasar la vida desde la orilla sin atreverse a lanzarse de cabeza. Me encanta que alguien que acumula mucha experiencia de vida me confirme lo que siempre he sospechado: que la vida pasa factura a los indecisos y a los miedosos.

¿Por qué esperamos que la vida venga a nosotros en vez de adelantarnos y tomar la iniciativa? Sospecho que, más que por pereza, es sobre todo para evitar rechazos y vergüenzas. Pero con los miedos y las vergüenzas escapan también por el desagüe casi todas las cosas inesperadas y divertidas, las oportunidades y los encuentros casuales, en fin, la vida que fluye y lo transforma todo si no nos atrincheramos.
De hecho, los estudios sugieren que al final de nuestras vidas nos arrepentiremos más por lo que no hemos hecho que por lo que sí nos atrevimos a hacer, aunque salga mal.

Cuidado pues con darle una importancia exagerada a la equivocación y al rechazo, a protegerse de sus pequeños zarpazos como si nuestra supervivencia fuese en ello. 
Esto no le pasa a mi duendecillo Tici (mi hija), que con la frescura de sus 6 años y un sentido aún limitado del ridículo y del peligro se cae y se levanta varias veces cada día, a veces con lagrimones y lamentaciones, pero siempre con el deseo incontenible de comerse la vida a bocados, de comprenderla, de catalogarla, de colonizarla. Lo de Tici es normal, porque cuando nacemos, traemos dos encargos urgentes de cara a la vida: desarrollar nuestra capacidad de amar y alimentar nuestra curiosidad desbordante por el mundo que nos rodea. De hecho, sólo envejecemos de verdad, por dentro, cuando dejamos de amar y de sentir curiosidad. Suele ocurrir cuando nos empeñamos en construir laboriosamente respuestas artificiales para poner coto a la fluidez mareante de la vida, cuando dejamos de descubrir y de arriesgar, de aceptar, incluso, el fracaso. Entonces nos inquietamos, nos comparamos, y nos lamentamos exageradamente. Podemos intentar paliarlo con fármacos, pero son un pobre sustituto para las ganas de vivir.
El abuelo de Tici lo llama, desde que yo era pequeña, la infinita capacidad de la gente para hacerse infeliz. Eses es un mal que no parece afectar a mi pequeña, que acaba de despertarse y ya se ha instalado sobre mi cama. Canturrea y charla a mi lado, entremezclando preguntas dispares acerca de monos y nacionalidades, todo ello puntuado con una versión casera de la canción de Bob Esponja aderezada de unos ingeniosos versos especiales dedicados a Patricio. Es domingo, son las 8 de la mañana y me cuesta seguirla. “¿Sabes que cuando Patricio se pelea con Bob Esponja es más inteligente?”- afirma con las cejas levantadas-. Me cuesta creerlo, pero ella está claramente convencida de ello. Y probablemente tenga razón: la vida, aunque estalle con brusquedad, necesita movimiento para seguir fluyendo. Abro la boca para explicárselo, pero mi duendecillo ya me dejó atrás y me presenta nuevos retos por resolver. “¿Sabes cómo se llama un gorila con un plátano en cada oreja?” pregunta mirándome fijamente. Intento aventurar una respuesta pero de nuevo llego tarde: “Da igual cómo le llames, ¡no puede oírte!”, exclama con una carcajada. A veces creo que practica la curiosa hazaña de hablar sin respirar, aunque más que hablar parece que zumba como uno de esos abejorros grandes y rayados que tanto le gustan. ¿Será ése su secreto?
Al fin surgen unos segundos en silencio y luego…” ¿Cómo se dice continuará en inglés?”..."To be continued”, sentencio yo con un discreto suspiro de alivio. Ella se me queda mirando perpleja, intentando repetir mentalmente las palabrejas incomprensibles que acabo de pronunciar. Al cabo de unos segundos veo en su carita que lo da por imposible. “¡Pues eso!...”, exclama finalmente sin darle la menor importancia, mientras salta de mi cama rumbo a la vida. 

Vivir es muchas cosas. Pero a vivir se aprende a base de ensayo y error; de vez en cuando, aciertas. 

miércoles, 25 de abril de 2012

Mi carrera deportiva


También podría titular a esta nueva inconexión (inconexa, pero cierta) El suelo II. Leeréis por qué.

Situación 1: tercer día del inicio de mis entrenamientos para lanzar en unas semanas mi meteórica carrera deportiva (NdelT: cuando llega la primavera a los grandes-almacenes-cuyo-nombre-todos-conocemos llega con ella a mi mente el desagradable soniquete repetido en todo anuncio de radio que se precie –“operación bikini”- y la imagen de mis lorzas aumentadas a costa de muchas horas de silla y codos me castiga. Resumen: yo también me uno a la ruta del colesterol. Y (motivo para aumentar exponencialmente mi depósito de felicidad) poco a poco estoy consiguiendo correr. Hacer running, que diría la gente guay. Supongo que se debe a una mezcla de la fuerza de voluntad, la envidia cochina que me hace enverdecer cuando veo a jóvenes aquíleos que corren cuales guepardos africanos (y para colmo huelen bien-duda existencial: ¿la gente se perfuma para salir a correr?-), mis zapatillas feas a la par que ergonómicas, y una creciente obsesión por la salud (síndrome del estudiante de Medicina- he de decir que no, no soy de las que se levanta al espejo a buscarse la mancha café con leche ni nada por el estilo-).

Total. Día sí, día no, mi meteórica carrera deportiva se va forjando y el michelín va decreciendo. Pero, ¡ay, pobre de mí! Sigan, sigan.

Situación 2: hoy, después de una tarde de Neuro Pediátrica guay del Paraguay me emociono y empiezo “el entrenamiento” un poco más rápido de lo normal (“Estoy en el tercer día, seguro que ya soy como Usain Bolt”, me digo), y cuando comienzo con los minutos de running, yo, toda torera, subo y bajo las cuestas de un parque. 
Resultado: ligero flato (y ligero dolor lancinante en ambos hombros por la irritación diafragmática que provocan mis vísceras botando alegremente). 

Total (sí, además de una deportista de élite soy una persiana, ¡así me horneó mamá!), a pesar de los pinchazos en múltiples niveles, yo, que soy una valiente, sigo corriendo. Y lo veo. El edificio enorme de ladrillos marrones recortando en silueta en la lejanía del horizonte. Con sus letras amarillas. Mi hospital. “Cómo me gusta”, pienso, “aunque menos mal que me estoy convirtiendo al vidasanismo y seguro que no iré allí más que a estudiar y trabajar”.

Cinco segundos después, cruzando un paso de cebra, y con la feliz idea de “¡Uaaau! ¡Qué guay es correr! ¡Qué súper sana soy!”…¡Patapláf!


Sí. Señoras y señores, mi carrera deportiva de hoy concluyó frenando de manos (contusionadas, eritematosas, doloridas y algo fibrosadas) sobre el asfalto, que no de boca y sin dientes y atropellada por el coche que pasó por el lugar siete segundos más tarde.

Conclusión: hay que reírse de la vida, y de uno mismo.
Buenas noches :)

martes, 17 de abril de 2012

El suelo

Cuando llegué ayer a prácticas, mis compañeros seguían en el aula. Para matar el tiempo me puse a dar vueltas por el hospital. Y ayer, no sé si por ser lunes, por haberme levantado con el pie izquierdo, o porque tenía más limpio el cristal de las gafas por el que se ve la tristeza, me sentí triste. Indefensa. Incapaz. Asustada.

Me senté en uno de tantos sillones del pasillo de Consultas Externas y observé a mi alrededor mientras algo me retorcía las entrañas. Observé la luz amarillenta de la mañana, demasiado fría para ser de abril, colándose por el cristal de un techo muy alto. Observé el suelo color crema con pequeñas piedras marrones, pasado de moda, vestigio de los ochenta, tantas veces pulido con esas máquinas extrañas que impregnan el ambiente de un olor metálico. El discreto testigo de tan distintas historias, acariciado o golpeado según cuán ligera o pesada es la carga de quienes caminan sobre él. Me pregunto de qué historias es espectador este pavimento los domingos. Me pregunto qué luces permanecen encendidas y cuáles no.

Continúo sentada, y continúan pasando ante mis ojos, sobre el suelo anticuado, cientos de historias de ciudad pequeña. Una pareja que sonríe y porta una carpeta con un dibujo de cigüeña; irán hacia Tocología. Una camilla con una mujer mayor, varios sanitarios, y un ambú y un desfibrilador sobre ella. A mi lado, a un anciano cuyos ojos se pierden entre sus arrugas y bajo su boina, lo han aparcado en su silla de ruedas; espero que ahora vengan a buscarlo. Una mujer con un pañuelo que oculta su recién estrenada calvicie. Una chica, que no debe ser mucho mayor que yo, en la sala de espera del Hospital de Día, también con un pañuelo, deja caer la cabeza sobre el hombro de su madre, deja asomar la tristeza a sus ojos.

Nacer, morir. No elegimos cuándo ni cómo.

El suelo es testigo mudo de historias de vidas, de personas. Como tú y como yo. Las mayores penas y alegrías circulan por estos pasillos. Instantes que te cambian para siempre la vida y la percepción, las miras.

Hoy yo me siento débil. Yo, que me creía de hierro, que presumía de unos muros impenetrables, hoy me siento una ínfima parte más del mundo, tan vulnerable como todas las vidas que circulan ante mí. Y siento miedo, miedo de lo frágil que es la existencia. Miedo a no soportar calmar el miedo de los demás; elegí esto porque me creía de hierro.

miércoles, 11 de abril de 2012

Dos

Hoy ha sido un día más, un día menos. Un día normal, un día bueno; estudié lo que me propuse, hice deporte, fui a prácticas. Rutina.

Hoy es once de abril: un día más, un día menos. Desde hace dos años, una rutina nueva: echarte de menos a ti también.

Hoy reúno lo que te escribí en tardes tristes. Hoy te recuerdo un poco más.

Nati, te echo de menos.


Si hace un mes me hubiesen advertido que nunca más te vería me hubiese parado a mirarte mejor, a memorizar tu pelo, tus gestos, tus carcajadas. A grabar todo en mi cabeza. Ahí está todo ahora, en mi cabeza. Tal como tú lo fuiste guardando poco a poco durante estos 20 años. Con la risa de fondo, siempre todo con risas. Ahora no me río. Ahora ya, tampoco lloro. No merece la pena recordarte llorando, sólo quiero sonreír por tantos buenos recuerdos. Pero tengo miedo de olvidar. De olvidar tu voz, tus carcajadas enormes, tus expresiones, tus cosas. Y me da rabia no haber estado más atenta, no haber pensado que se hacía imprescindible exprimir más cada instante cuando aún estabas aquí.

Siempre me he arrepentido de haber dejado la música, pero aquel maldito lunes fue aún peor. Sólo pediste, más de una vez, dos canciones. Dos simples canciones. Y yo no te las pude tocar. Pero te juro y perjuro que camino del cementerio iban sonando en mi cabeza. Junto a risas ahogadas. Me reía porque decías que querías "Paquito el Chocolatero" en tu entierro porque nadie iba a ir llorando; así, por lo menos, bailarían. Qué malpensada...no sé cómo se te pasaba por la cabeza que los que nos hemos quedado aquí abajo no íbamos a extrañarte.

Pues voy a extrañarte, y mucho. Ya lo he hecho. Ya lo hago. Hace unos días llegué a ese lugar donde tantos fueron los domingos de cháchara, fuego y risas, y sabía que ya nunca más iba a encontrarte allí. Bajé del coche con la certeza de que ya nunca más ibas a estar allí, pero con alguna suerte de tonta esperanza de poder preguntarte qué tal te habían tratado en el hospital.

El hospital...la última vez que te ví. Postrada en la cama, como veo a tantos pacientes estos días...Me acuerdo de tí a cada instante: esa última visita que te hice, sin parar de hablarte, de contarte mi montón de tonterías. Fue tan corta...no pensaba que iba a ser la última vez que te veía. No quise mirar atrás, al día siguiente iba a visitarte de nuevo, pero no pudo ser...Recuerdo que nos dijiste lo guapos que nos habíamos puesto para la ordenación; tú también deberías haber estado allí, en lugar de luchando...Luchaste mucho, por eso duele aún más.

Has de saber que voy a recordarte cada día, como les recuerdo a ellos desde hace cinco y cuatro años. Voy a recordarte cada vez que prepare un mojito, y me lo beba a tu salud. Mi potingue de Bacardi te encantaba. Seguiré tus consejos: los serios y los que me diste medio en broma: "¡Fuma, y bebe, y hazte una perdía!". Tu particular carpe diem. Espero viajar algún día a donde a tí tanto te hubiera gustado ir, y allí te recordaré; supongo que con una sonrisa y los ojos vidriosos, aunque quién sabe qué hace el tiempo con los fantasmas.

Y, ¿sabes?, cuando los años me pesen y me dé una prórroga, como hiciste tú (no pedías tanto, ¡qué maldad no habértela concedido!), no te preocupes, me acordaré de tus cosas y te veré en "la más puta de la residencia". Y estoy segura de que me reiré sola un buen rato.

Echaré de menos salir en verano con el pelo a medio secar, y acercarme a donde estábais sentados, y que me preguntases "si venían ya mamá y papá". Te estoy echando tanto de menos...Si es que tenías toda la razón, tengo "el corazón muy blando". Me gustaría tanto poder contarte lo blando que sigue...todas las tonterías que me ocurren cada día, las risas que no se me acaban...Tenía mucho que contarte aún.

Lamentaré que no hayas conocido a tanta gente que tenía que presentarte; te hubieran encantado. Y contarte tantas historias...Creo que eras la persona que más ilusión tenía por ir a mi graduación, por conocer a mi novio (siempre me decíais que teníais que ser los primeros en darle el visto bueno), por ir a mi boda...Quién sabe si todo eso ocurrirá; lo único que sé es que si así es pensaré mucho en tí; habrías estado allí la primera, guapísima y con una sonrisa de oreja a oreja.

Echaré de menos que me agarres del brazo para ayudarte en alguna escalera; "a ver, ¡la impedida!", me llamabas. Que digas ese "¡Maaaadre mía!" tan tuyo cuando te desesperabas porque tenía el corazón en off, ya ni siquiera blando, sino desintegrado; como está ahora.

Echaré de menos ir a tu casa en cualquier momento y escandalizarte contándote historias de gente joven, y que me preguntes qué tal me lo pasé en el botellón. Siempre usabas esas palabras.

Echaré de menos que mi madre desaparezca a media tarde, y llamarla preocupada para ver dónde se ha metido, y escucharte de fondo porque estáis cotilleando en tu casa. Y que llames por teléfono y reconocerte enseguida porque siempre me decías aquello de "hermosa".

La música...la de veces que me recordabas aquella noche en que os empeñásteis en que os demostrase mis tristes dotes pianísticas nueveañiles, y cómo me enrabieté porque no me hacíais ni caso. Porque siempre estábais cotorreando; y ni te imaginas cuánto voy a echar de menos esas conversaciones infinitas, tus carcajadas. Y aquella vez en Úbeda, con la famosa canción de la naranja en la cabeza...creo que repetiste aquello al menos un millar de veces, y siempre te partías de risa aunque te lo sabías de memoria.

El que saludes a las niñas del pueblo en la plaza y les enseñes alguna palabrota mientras yo me enfado y me río al mismo tiempo. Los domingos en Pozoleña poniéndome pesada porque, "Natiiiiiiiiiiiiiii, ¿qué puedo ser de mayooooor?". La ilusión que te hacía que te curase...Médico de viejas, me decías. Y pensar que ya nunca podré curarte...Que no voy a poder contarte las chorradas que me ocurren, los médicos tan guapos que veo por el hospital.

Que me llames para pedirme que vaya a El Corte Inglés a por esa ropa carísima que tanto te gustaba; hay que ver lo pija y lo caprichosa que eras, y cómo me encantaba serlo contigo. Que me guardes los lazos de cuadritos que tanto me gustaban y que tú acumulabas.

Sabías que me encanta viajar, y escribir. Así que voy a echar de menos el que me pidas aquello de que te escriba "por lo menos cuatro o cinco folios cada día", y buscarte la postal más bonita, o la más hortera de todas; te encantaba la farándula, el "toni nai".

Voy a pasarlo mal el día de Navidad. Más que la comida, o los regalos, veinticinco de diciembre era el ir a tu casa por la tarde para felicitarte, y encontrarte siempre en el mismo rincón del sofá, preguntándome por todo y por nada. Qué mal que este último veinticinco yo estuviese tan tonta...

Echaré de menos el encontraros por la calle y que paréis con el todoterreno. Que me digas eso de: "¡Aaaaay, las de Emilio, qué tendrá Emilio!". Hablar de temas paranormales, y ver a cuál de las tres tontas se nos ponían los pelos más de punta. Saber que has llegado de las cañas a las seis de la tarde, siempre disfrutando hasta última hora. Que me preguntes por "las modernas" y por "Bertín", y por "tu chico"...Ellos también lo han sentido mucho, ¿sabes?

Y que me preguntes por "mamá", la forma en que más me gusta que me pregunten por ella. Nadie más lo hará.



Siete meses. Más de medio año. La verdad es que tengo que pararme a contarlos para hablar de cifras, pues yo sólo sé que te echo de menos. Da igual que pase un mes, que pasen veinte años. Yo te recuerdo un ratito cada día, y de vez en cuando escribo algunas líneas tontas como estas, sabiendo que no vas a leerlas, pero sintiendo con ello que te hago un pequeño y merecido “homenaje”.

Las calles, a tiempo esta vez, se han llenado de hojas vencidas que crujen bajo mis suelas; el frío, sin embargo, no parece tener mucha prisa. Llover…sí, llovió. Diluvió aquel día: esa tarde de angustiosa resaca el agua se llevó todas las lágrimas y caló hasta los huesos, grabando como si fuese un punzón la idea de que hay que hacerse a la idea de que esto no es mentira, que hay que asimilar que aquí…aquí ya no estás. Hoy hace siete meses que algún ente malvado, o Dios, o esta vida puñetera, o quién sabe quién, que escuchaba su voz al otro lado diciéndome algo que ya sabía…y eso que aquella mañana había estado comentando con gente que te quiere mucho, como yo, tu ralentizado progreso…Mínimo, pero progreso. Tenía dudas sobre cómo saldrías...pensaba que quizás ésta fuese mejor solución…pero, definitivamente, no la quería…No sé si es mejor echarte de menos, o que hubieses seguido aquí, pero diferente…

Nada es mejor.

Como siempre desde que existen estos siempres tan tristes, hoy, once, me he acordado de ti, como cada día. Y me he acordado de que ya no va a haber más tardes de castañas frente a la leña ardiendo en tu cortijo, y he odiado al otoño como nunca. Momento que guardo, momento que me duele por no poder compartirlo contigo: eras una confidente particular y un poco impuesta, pero tus opiniones eran geniales, e imprescindibles. Echo de menos tus “broncas”, tu cara de desesperación y ataque de risa simultáneamente cuando te contaba mis…¿problemas? No existen los problemas. Que ya no estés me ha enseñado a relativizar tanto... Me hubiese gustado contarte cuál fue su mensaje de cumpleaños: “si es que tienes el corazón muy blando”, hubieses dicho. Repetir por vez número mil lo bonita que es mi vieja bici, y lo rápido que me muevo con ella entre hospital y hospital. Contarte tonterías, las fiestas en la discoteca de moda, las broncas que nos echa “La Pura” por quedarnos siempre hasta que amanece, los cotilleos de la noche. Hace poco Emilio me regaló un montón de fotos que yo quería sacar para un álbum, y apareciste tú “conduciendo” mi coche: la miro y me duele que al final no pudieses conducir “un tonto”.

Te echo de menos.


Ya no se llora, o al menos no tanto. Será eso de que el tiempo cura, o que estás por ahí o por aquí cerca de mí, aunque no te vea. Nos repiten eso de que la vida enseña, que hay que aprender de los errores…y tú, no sé si porque los cometiste o porque eras más lista que yo, me repetías como un disco rayado que viviese la vida…y me doy cuenta de que no lo hago como debería…me lo apunto en la lista de cosas pendientes; tengo ya que espabilar, seguir tus consejos: "¡Fuma, bebe, y hazte una perdía!"...¡No tan literales!

...¿Ves? Al menos, desde la distancia incalculable que nos pone la muerte, sigues sacándome la sonrisa.



martes, 10 de abril de 2012

La sexta izquierda

Vuelta a la normalidad. ¡Cómo cuesta tras días de estudio escaso y dulces caseros en cantidades industriales! Estómago demasiado lleno y michelín peligrosamente engrosado, y neuronas en estado de shock.

Y cómo cuesta pegarse el madrugón para, con la radio de fondo, conducir hasta la ciudad y comprobar al llegar que no hay luz en las aulas (¿la crisis?), y te hacen esperar hora y media para dar la clase. Los profesores de hoy en día no saben vivir sin el powerpoint. Y ni por esas consiguen que salgas de clase con las ideas claras.


Después de clase he comenzado la penúltima rotación en Pediatría: lactantes y escolares, “la planta”. La sexta izquierda, como también se la llama. Un lugar distinto.

Las paredes y el suelo son grises, pero están repletos de dibujos y de color. En el control de enfermería no hay estanterías para las carpetas de las historias clínicas, sino una especie de encimera abarrotada de peluches y muñecos. No se escuchan visitas ruidosas, y aunque también se adivinan caras tristes y ojos cansados, hasta el pasillo llega el sonido de los dibujos animados desde el televisor, y alguna que otra risa. Los pacientes son como liliputienses, y hay que buscarlos en la relativa inmensidad de la cama. Y aunque tienen agujas en los brazos, y les hacen mil y una perrerías, ellos sonríen tímidamente cuando entras y les preguntas por esos juguetes tan bonitos que tienen desparramados entre las sábanas. Aún me quedan unos quince días de prácticas, pero no quiero ser pediatra. Demasiado duro emocionalmente. Aunque he de decir que también estoy disfrutando muchísimo, riéndome como nunca lo había hecho en las prácticas.

No quiero afirmar o negar qué quiero ser. Pero es que va tocando pensar en el futuro, ése tan incierto. Ayer comenzó en Madrid la elección de plazas del MIR. Probablemente la mayoría de quienes me leáis estéis tan acostumbrados como yo a la palabrita y no necesitáis explicación alguna. Para los que no, a modo de rápido resumen, debéis saber que al terminar la carrera de Medicina la mayoría de licenciados optan (optaremos) por hacer el examen MIR; obtendremos una puntuación concreta que nos permitirá elegir en qué especialidad médica queremos formarnos los próximos cuatro o cinco años, y, después, el resto de nuestros días.

En un par de años espero estar allí. Escogiendo mi vida. Mientras tanto, voy sopesando pros y contras.

miércoles, 4 de abril de 2012

Noches tontas

Noches tontas. Noches en que no sabes qué hacer con tu vida. Total, ya has echado el día; te vas a dormir. Pero no puedes, porque no sabes qué hacer con tu vida esta noche. Ni mañana. Ni este fin de semana. Mucho menos de aquí a un par de años. Que sí, sabes que al final las cosas van rodando y llegas a donde debes llegar. Sabes que, en el fondo, ya has conseguido mucho, y que sí sabes lo que quieres. Y sabes que, nena, tú vales mucho. Pero esta noche la incertidumbre y el miedo le roban su codiciada posición en cabeza de carrera al optimismo. Y lloras. Lloras porque tienes ganas, lloras porque lo necesitas, porque te limpia por dentro aunque te quedes hecha polvo; lloras por miedo, lloras de rabia. Lloras porque le gustaría. Esta noche se ha colado en la fiesta de lo malo, lo peor.


Así que lloras y lloras hasta que no puedes respirar porque los mocos te han tapado la nariz. Te dices a ti misma "deja de llorar o vas a asfixiarte". Y te haces caso. Con el oxígeno en sangre por los suelos, te haces caso y dejas de llorar, y con tu Dear Little Littmann te escuchas y te escapas, y, a pesar de que la noche y tú estáis tontas perdidas, y os hace compañía una bonita congestión nasal que no sé a qué virus o alérgeno se debe esta vez (debo andar por el quinto o sexto catarro en tres meses), piensas que hoy toca hacer una de ésas listas de cosas buenas que tan bien me iban. Y es que últimamente, “no tengo tiempo para nada”, y menos para recopilar las tonterías que me alegran el día. Así me va.

Pues eso. Otra lista:

  • Un paseo bajo una niebla que suelta un agua fina, muy fina, sintiendo el fresco en la cara y viendo lo verde que se está poniendo todo.
  • El ambiente de Semana Santa en mi pueblo; mi pueblo pequeño, mi pueblo bonito.
  • Descubrir, otra vez, el gran tesoro que tenemos en la Plaza (más información en próximas entregas, dice una voz en off; quede como pista que, como no tengo apenas cosas que hacer, mañana haré de guía en un museo especial…y me tengo que estudiar el guión por la mañana)
  • Las torrijas y el arroz con leche de mamá.
  • La música. Esta noche Haydn, Mozart y Schubert me han arreglado el día al tiempo que me han hecho sentir ínfima, mediocre, como un granito de arena.

Y algo más. Pero ya advertí que ésta era una noche tonta, y esta noche, ya no veo nada más, ni bonito ni feo.

Al menos, ya no lloro. Aunque no, hoy no me voy con la sonrisa a la cama.

lunes, 2 de abril de 2012

Abril

Abril. Diluvia. Apenas hace frío, y el campo está verde porque al día en que volvía la primavera se le ocurrió la genial idea de ponerse a nevar. Almendros en flor y cerros nevados. Extraño, y tan bello, tan blanco.

Vacaciones de Semana Santa. Mi madre volverá en un rato cargada de los rosquillos deliciosos que prepara mi tita Locamari, como yo la llamo cariñosamente. Mientras, yo intento estudiar, pero esta lluvia, que precisamente hoy en Sevilla no es ninguna maravilla pero que a mí siempre me parece maravillosa (sí, lo sé, me voy a enterar cuando llueva en, digamos, mi boda), no me deja. Me dice: "escúchame, disfrútame, escribe conmigo de fondo, que es tu vicio confesable y soy tu musa natural y acuática". Así que le hago caso.


Vacaciones es estudiar a ratos, o intentarlo; porque sí, cada día estoy más enamorada de mi carrera, y aunque no pinta bien pasarse las horas con el culo a una silla pegado (y los codos a una mesa), yo lo disfruto. Vacaciones es que Emilio cumpla veintitrés y nos invite a café y torrijas, y echar la tarde entera entre risas y cotilleos. Son unas cañas en la Plaza, es mi pueblo lleno de gente y de melodías de órgano. Es volver a montar en bicicletas para explorar caminos y hacer nuevos amigos, y sentir el aire fresco, y tirarse cuesta abajo sin frenos mientras las ruedas hacen saltar la grava. Es dar paseos largos con la Gorda, que a este paso, con el brillo que tiene su melenón blanco, me va a sacar de pobre haciendo anuncios de champú perruno; y, en esos paseos, detenerse en el parque a respirar bajo los pinos y a escuchar cómo cantan los pájaros, y, un poco más allá, montar en el columpio como hacíamos hace años. Es tener tiempo para comprarse un billete de avión de ida y vuelta: un mes en Austria; suena demasiado bien.

Es abril. Y ahora cae granizo. El tiempo está loco, como la vida. Y a mí se me ha fastidiado el paseo en bicicleta, pero encontraremos alternativas J.

Es, un poco, volver a ser un niño:

“ […] Los que corretearán de aquí para allá todo el día, con las orejas un poco coloradas de haberse bebido los culines de todos los vasos, manchándose su ropa elegante y suplicando para no tener que irse a la cama todavía.

Los niños justifican las reuniones familiares y son un consuelo.

Siempre son lo mejor de estas fiestas. Siempre son los primeros en echarse a bailar y los únicos que se atreven a decir que la tarta no hay quien se la coma de puro empalagosa. Se enamoran perdidamente por primera vez en su vida y se duermen, agotados, en el regazo de sus madres”. (Anna Gavalda, La sal de la vida; libro cortísimo que me ha gustado bastante, y del que transcribiré algún fragmento más).


Y abril es también un poquito de nostalgia.

Felices vacaciones, aunque mis desvaríos y aventurillas en prácticas seguirán apareciendo por aquí estos días.


http://www.youtube.com/watch?v=OsL9EoXrqHw&ob=av2n (Lo siento, soy una neandertala informática y no soy capaz de averiguar cómo hacer que salga el vídeo directamente).