jueves, 22 de marzo de 2012

Le gustaría

No sabían nada el uno del otro, pero a los dos les arañaba el alma la voz profunda de Enrique cuando la noche se volvía triste sin remedio. Tenían, sin cruzarse demasiado, vidas cruzadas. La vida les sorprendía temprano, de vez en cuando; les cruzaba los cables y sus vidas, y a ella se le hizo, fuerte, un nudo en el corazón. Sin planearlo, sin quererlo, sin poderlo evitar.

Hoy le gustaría contarle la historia, le gustaría decirle que “aunque tú no lo sepas”, cuando su mente se agota y le cede el paso al corazón siente ganas de llorar. Le gustaría que él supiera que le hizo perder su ya extraviado norte, pero que al tiempo fue la fuerza que le hizo agarrar otro timón. Que le descubrió la poesía de Benedetti, y a mirar más allá. Le gustaría reírse contándole cómo fueron las horas previas. Las horas, los meses, los años. Cuánto tiempo esperó ese día. Cuántas veces imaginó esa noche. Cuántas fueron las conversaciones con el espejo, en un ensayo general para encontrar el modo con el que lograría controlar el rojo que le encendía las mejillas.

Le gustaría contarle que le escribe, que le sueña, que le piensa. Le gustaría preguntarle cómo se quita el vicio de buscarle en cada mañana fría, y la manía tan tonta que cogió su tripa de bailar al verle. Quisiera que fuera más fácil dejar de perseguir con la mirada las zapatillas grises por las aceras. Le gustaría contarle que recorrer las calles dejó de tener sentido desde que no puede encontrarle por casualidad en cualquier esquina.


No hay comentarios:

Publicar un comentario