lunes, 10 de diciembre de 2012

No soy yo, son mis hormonas


De vez en cuando saco conclusiones; es como una especie de afición. Hay una bastante obvia, pero que olvido con frecuencia, y que, será por su obviedad, me encanta: que soy humana. Luego se me olvida, repito, pero de vez en cuando me acuerdo de tal perecedera y frágil condición. Y me siento a escribir, largos minutos, porque soy humana y tengo necesidades; entre ellas, esta de aporrear el teclado de un ordenador para calmarme cuando estoy nerviosita perdía y mi frecuencia cardíaca oscila como si mi miocardio estuviese dándose un voltio en el Dragon Kahn.

Mi propósito de diciembre era escribir prácticamente a diario. Pero tan firme como mi propósito es lo inalcanzable de mi deseo de un horario fijo en el que poder encontrar un hueco (“Te equivocaste de futura profesión, maidárlin”, te dice el demoñete que se balancea, guasón, en el hombro izquierdo). Así que soplo, resoplo, y vuelvo a resoplar mientras maldigo la carrera, la bibliografía, al tiempo volador y a mis hormonas. Pero luego vuelvo a tener un periodo de lucidez y vuelvo a acordarme de aquello de que soy humana. Y por eso no doy más de mí. Porque es humanamente imposible sacar huecos de donde no los hay. Juro que lo intento. Pero no es posible, no.

Hagamos una revisión de huecos potenciales. ¿Al salir de prácticas, después de comer? Dado que un día salgo a las doce, y al siguiente a las tres, y al siguiente, ¡oh, sorpresa!, te cambian otra vez las clases y tienes que reestructurar la semana entera…Pues no sé, quizás podría adoptar una actitud cosmopolita, así como de mujer de mundo, en mis horarios. Total, ¡puestos a probar! Un día como  “a la inglesa”, a las 12.00 p.m.; al siguiente “a la francesa”: una triste omelette en “modo pavo de corral”,  engullendo sin masticar, rauda y veloz como un avestruz de largas patas.  
Otro hueco: ¿a última hora de la tarde? Ah, no, hermosura, a menos que quieras parar de estudiar a altas horas, cuando los párpados caigan por su propio peso, o a menos que quieras faltar a clase de ballet y Pilates. ¡Ah, amiga, eso sí que no! Mens sana in corpore sano, que decían en aquel anuncio, y yo lo del corpore, por eso de que lo decían los griegos antiguos, si no me equivoco, me lo tomo muy en serio desde que la abuela del yogur –griego,claro- dijo aquello de joroña que joroña y me marcó por los siglos de los siglos amén).

Total, que peco de persiana: que no puedo cumplir mis propósitos creativos a la par que desestresantes porque, como soy humana, no puedo alargar los días más allá de las horas que tienen. Suele ocurrir, entre las féminas (ustedes, señoritas, se sentirán perfectamente identificadas leyendo lo que sigue), que cuando no te acuerdas de que eres humana pasas un mal rato (un mal día si la cosa se alarga) y lloras desconsolada, náufraga en un mar de hormonas, con el ibuprofeno agarrao con fuerza cual salvavidas, y te acuerdas del buenorro de Ashton Kutcher en aquella película, y le imploras en tus rezos secretos que venga y te traiga un CD con una  bloody tracklist para la ocasión. Y lloras desconsolada otra vez más, y te sientes como si tuvieses, otra vez, cinco años y te hubiesen robado la Barbie de turno siemprejuntassí-¡tequieromamá! (¿recordáis el anuncio?).Y al día siguiente te preguntas por qué pasan estas cosas, y te respondes rápido con la réplica que llevas tiempo elaborando y repitiendo como un mantra estos días en que el temario aprieta pero el tiempo lo hace más: soy humana, soy humana, soy humana. Soy humana y tengo hormonas. Lloro, tropiezo, me caigo, me levanto, pero me vuelvo a tropezar en la misma piedra. “Aprende de tus errores”, te dice el pesao del angelote colgante del otro hombro. Pero si la piedra te la pone tu organismo ahí, mes a mes…¿cómo la evitas? ¡Si más que una piedra parece el iceberg del Titanic! ¡Hombre ya, derrotemos de una maldita vez a estos malvados estrógenos y progestágenos!

En fin, nada que el mantra y unas tortitas hiperchocolateadas preparadas con amor de madre no puedan solucionar. A pesar de ello, la carga estrogénica es alta, muy alta, y te vas enfurruñada a la cama. Pero te duermes rápido, las hormonas te provocan hipersomnia. Ellas son así. Complejas, coñazo como ellas solas, les gusta incordiar. Vienen de visita cada mes para abrir la puerta de tu durmiente mala leche, que sale como un toro bravo al ruedo (pobres de los que tengan la mala suerte de estar a tu alrededor en esos días) y dar vía libre a los comedones de tu piel para que hagan su metamorfosis mensual a volcanes en erupción.

Así que, cuando me veáis llorar, que sepáis que no soy yo: son mis hormonas. 

lunes, 3 de diciembre de 2012

Diciembre


Back to december que cantaría Taylor Swift (melosona hasta los promielocitos-médula, mil perdones- que es una, ¡ea! Y no, no tengo quince años ni vivo in the US, pero…). Probablemente diciembre sea uno de mis meses favoritos. Es tiempo de luces en cada árbol, en cada farola, en cada escaparate; tiempo de las últimas hojas agarradas a los árboles, resistiéndose al frío, el mismo que congela apéndices nasales y vuelve azules y agrietadas manos que intentan termorregularse debajo de unos guantes o buscando otras manos, en función de la suerte en el amor y otras vicisitudes de cada cual. De promociones en muchas tiendas, en una especie de adelanto a las rebajas, para intentar vender lo que ya no se vende porque no hay dinero para comprarlo (y de shopaholics que suspiramos-digo, que suspiran- con la naricilla pegada a los cristales mientras siguen soñando con un vestidor rebosante y otras superficialidades y cosas cotidianas navideñas, como patinar sobre hielo en la pista del Rockefeller Center-vivo en en la Tierra, sí :).
Y como es diciembre y yo soy como soy, después de un domingo malo y una primerahoradelamañanadelunes en la que casi muero asesinada por mi querido e inseparable calefactor (está el pobre en plena adolescencia, y se ha rebelado contra mí y contra la que está cayendo en la calle, y en lugar de mandarme soplos de aire calentito con su relajante runrún de ventilador de invierno le ha dado por echarme chispas, y llamas no porque no le he dado tiempo y lo he apagado corriendo), resurjo de mis cenizas y de entre mis agobios y me pongo la sonrisa otra vez, que la he dejado salir poco, a la pobre, estos últimos meses. Lo hago con una especie de calendario de Adviento, sólo que en lugar de abrir ventanitas y encontrar chocolate, abriré cada día el cajón de los buenos propósitos para sentarme, un ratito, a escribir. No prometo que vaya a ser a diario, pero al menos voy a intentarlo, aunque  mi tiempo escasee y sea ahora sea la Neurología la que me sorba el seso (¡y nunca mejor dicho!).
Feliz diciembre.

martes, 13 de noviembre de 2012

Ojos color extraño


Guarda secretos tras el aful de sus ojos, como que, aún sin tinta, ni pluma, ni hojas de bloc, es todo un poeta, aunque vaya de duro sin dárselas de nada. Es melómano como ninguno y nunca dejará de descubrirme nuevas canciones. Compartimos genes, ojos claros, piel muy blanca, y postres a medias. Y saltos en los conciertos, y algo de alcohol, ya sea en una copa elegante o en garrafas de plástico. Y noches de cine, y libros de los que envejecen porque pasan de mano en mano. Es uno de mis pocos interlocutores oficiales cuando se trata de conversaciones filosóficas, de los pocos que se atreve a abandonar lo cotidiano para hablar de los sueños.

Hoy tengo que robarle a traición sus propias palabras, de las que hace justo un año, para que quede demostrado que no os engaño: "No he descubierto el sentido de la vida. No ha acabado una fase de mi vida ni ha comenzado una etapa nueva. Ni lo que he vivido es inmejorable ni lo que viene va a ser lo mejor de mi vida. Lo único que puedo deciros es que me quedan menos sonrisas, y menos lágrimas.
Bueno, también puedo deciros que seguiré siendo el chico alto, de ojos de color extraño, que suelta la gracia elaborada en el momento inesperado. Seguiré siendo tímido, maníaco y selectivo. En realidad, el cambio no está hecho para mí".

Reconoce cuándo se escapa la lagrimilla y nunca verás en su mirada un atisbo de falsedad, y probablemente serán inexistentes las veces en las que no te ofrecerá su mano y su sonrisa.
Es mi primo, y desde hace tiempo, no sé qué haría si él no estuviese cerca, porque es una de las piezas fundamentales de mi puzzle particular. Gracias por tanto. Y felices veintiséis :)





martes, 30 de octubre de 2012

Corazón partío


Manifiesto abiertamente mi odio hacia el autor de la famosa canción cuyo título he tomado prestado hoy. Apago la radio o cambio la emisora cuando lo ponen, de hecho. Pero a lo que voy, que aquí al de looking for paradise no lo queremos para mucho más: hoy tengo el corazón partío.
Ya les conté que tengo dos amigas. Y, confabulaciones de los seres divinos y superiores que vigilanbarradirigen nuestros actos desde allá arriba o desde el más allá, fueron a nacer tal día como hoy con un año de diferencia, hace más de veinte. Y salomónicamente no voy a desearles feliz cumpleaños. Ya lo han tenido, son las diez de la noche. No voy a decirles “felices veintitrés/veinticuatro”, porque no dudo de cuán felices han sido hasta ahora.
Voy a dejar descansar a mi infatigable poder de ensoñación y voy a centrarme en las certezas y a agarrarme al presente y al pasado reciente. Por tanto, no voy a felicitarlas por los años cumplidos, no. Voy a felicitarlas por las carcajadas que vienen arrancándome a lo largo de varios treintas de octubre. Por lo vivido y por lo que siempre quedará en el escondite secreto de nuestro oscuro pasado, y por lo que queda por vivir. Voy a felicitarlas por aguantar estoicamente todas y cada una de mis fantasías, mis agobios (justificados o no) y mis amores platónicos. Por la amistad, de la buena.
No voy a felicitarlas otra vez: voy a pedirles un favor, y es que sigan a mi lado el resto de los años que les queden por cumplir. 

sábado, 27 de octubre de 2012

De surrealismo y asaltos al congelador


O llámenlo humor. O amor propio. O formas de subirse una misma la autoestima y no dejarse caer en la ciénaga apestosa de Shrek o de cualquier otro monstruo verde o morado, me da lo mismo, que lo mismo me da. O autocompasión.

No lo sé. Se me acaban los adjetivos y los sustantivos. Sólo sé que es otoño, que llueve, que hace frío, pero no demasiado. Que me caliento las manos alrededor de un café que ya se está enfriando, y eso que me lo acabo de preparar. Tenían que verme, como una yonki de los aromas torrefactos (visualicen a La Hierbas de aquella famosa serie), encima de la cafetera, moviendo hacia mis fosas nasales, con grandes aspavientos,  el humillo que bailaba hacia el techo. Lo que les decía: que ante la intangible realidad de mis días actuales, mejor me río de mí, me, conmigo.
Sólo sé que en estas últimas semanas de locura me he abalanzado  en más de una ocasión sobre una cuchara de sopa (para entendernos) que he agarrado con fuerza bruta para excavar en la tarrina del helado que sobró de noches de jueves en deliciosa compañía (gracias por tanto, chic@s). Que devoraba ese chocolate frío con ansiedad y me reía, consolándome con un “ya pensaremos en alimentarnos en condiciones cuando pase la tormenta”. Pero luego, al tratar de embutirme en esos maravillosos pantalones encerados made in Amancio que aún esperan, con la etiqueta sin cortar, el momento glorioso en que el proceso de puesta sea menos trabajoso, ahí, queridos amigos, ya no me reía tanto y me exigí posponer menos el día D de Dietaotravez.

Sólo sé que si me río de mí misma es por no llorar tanto, y porque sí, el momento hierbas y asaltacongeladores en el fondo es divertido (y el momento Bricomanía, pero eso se lo contaré “en el próximo capítulo”). Y porque lo necesito. Y ustedes también, sea cual sea su situación. Así que repitan conmigo: ¡ JA, JA, JA!


:)

viernes, 19 de octubre de 2012

María Dueñas


Él me esperaba envuelto en papel plateado y no, no era un bocadillo. Un día para olvidar recibí de la mejor (la mejor todo, y punto; y ella lo sabe, y ella lo entiende) un regalo de cumpleaños de lomo grueso y ese aroma, inconfundible y seductor, a libro nuevo. Sigue esperándome alerta, dando vueltas en su cama particular, mientras le engaño con otro. Con otros, perdón. Son varios, en realidad. Qué difícil esto de la monogamia: Manual de la SER y Conceptos básicos en Cirugía Ortopédica y Traumatología también reclaman mi cariño y mi tiempo. Cuánto amor que dar. Uffffff.

Pero a ella no la esperaba. Supe de su visita por casualidad. Y llegó, y, mira tú por dónde, nos habló de casualidades. María llegó, y a sólo unos metros compruebas cuánto sonríe, cómo mece sus manos de piel tostada mientras gesticula apasionada, cómo mece su pelo, muy liso, y balancea palabras con maestría, las acuna y las pone guapas para que lleguen, llamen a la puerta y les abras, y se queden un ratito a hacerte cosquillas en las pestañas, ésas que se niegan a apagar tan pronto la luz de la mesita de noche.

María vuelca los pájaros de su cabeza y rescata los recuerdos, y los transforma con gracia en historias de patrones y espías, en vueltas atrás y reencuentros futuros, en Californias que aún no son más que un lugar “inhóspito”. Nos ha invitado a viajar, con y sin aviones: ella nos ofrece una expedición única a sólo unas horas de sillón de aquí. 

Ayer al despertar no sabía que en esa tarde de otoño conocería a una de mis escritoras predilectas. María Dueñas nos habló, mientras fuera llovían las hojas, de casualidades y de optimismo, de nuevas oportunidades y de valentía. Jugó con mi tripa y encendió mis mejillas; acudí a la cita con la ilusión de un chiquillo en la noche de Reyes, y al salir, sonriendo, respiré y, como ésa bola de plomo, noté sobre mis hombros todo el peso de las toneladas de energía que ella, sin saberlo, me cedió. Disfruté el último helado de los días templados (hoy lloverá, lo sé), y después, al colgar ése teléfono, me serví un doble con hielo y mucha sal. Una de cal y otra de arena, un día completo. Pero especial, sin duda. 

lunes, 17 de septiembre de 2012

Vuelta al cole


Cambios. Muchos. Vertiginosos algunos. Otros no tanto; al fin y al cabo, la vida sigue igual. Aunque más cerca de licenciarme: esto no es una vuelta al cole más: es la última. Es dar un paso cualquiera hacia delante, pero con la diferencia de que me acercará más aún a eso que tanto ansío y tanto quisiera evitar a la vez: crecer.

Septiembre: año nuevo, por mucho que se empeñen en decirnos que comienza el uno de enero. Vida: vida sucediendo, ¿qué, si no? Y…¿qué más? :) Listas de buenos propósitos: me gusta más escribirlas que verlas vagar como alma en pena pegadas y olvidadas en paredes y armarios; tengo demostrado que luego no les hago ni caso. Así que nada mejor que un regalo para los sentidos que vagaba perdido, como mis listas, en una pared de la consulta de Ortopedia esta mañana:

¿Cuál es? (Teresa de Calcuta)

¿El día mas bello? Hoy.

¿La cosa más fácil? Equivocarse.

¿El obstáculo mas grande? El miedo.

¿El mayor error? Abandonarse.

¿La raíz de todos los males? El egoísmo.

¿La distracción mas bella? El trabajo.

¿La peor derrota? El desaliento.

¿La primera necesidad? Comunicarse.

¿Lo que hace más feliz? Ser útil a los demás.

¿El misterio mas grande? La muerte.

¿El peor defecto? El mal humor.

¿La persona más peligrosa? La envidiosa.

¿El sentimiento más ruin? El rencor.

¿El regalo más bello? El perdón.

¿Lo más imprescindible? El hogar.

¿La ruta más rápida? El camino correcto.

¿La sensación más grata? La paz interior.

¿El resguardo más eficaz? La sonrisa.

¿El mejor remedio? El optimismo.

¿La mayor satisfacción? El deber cumplido.

¿La fuerza más potente del mundo? La fe.

¿La cosa más bella de todas? El amor.


:) 

Feliz día, o dulces sueños. 

Yo vuelvo a la carga :)


martes, 28 de agosto de 2012

Tengo dos amigas


Dicen que los amigos se cuentan con los dedos de una mano. Pues yo tengo la fortuna de poder utilizar casi ambas para ello: al contar, la suma es igual a una increíble colección de personas excelentes que forman parte de mi historia, que forman parte de mí.

Pero tengo dos amigas que merecen punto y aparte.

Tengo una amiga que te pone los puntos sobre las íes: te quita la venda de los ojos para que veas con claridad cosas que, sola, serías incapaz. Incluso cuando a veces es doloroso. Al final, se lo agradeces. 
Pelea como una leona cada día para conseguir su sueño, y los bebés venideros del mundo y yo sabemos que está a puntito de lograrlo. Una vez casi la pierdo, casi nos perdemos, pero al final…"Dios nos cría y nosotras nos juntamos".
Habla por los codos, gesticula, y da golpes sobre la mesa cuando habla. Yo también lo hago: será que todo se pega. Conoce refranes de esos que destilan sabiduría. Mi tita Rosamari y mi madre la adoran, y no es para menos. Tiene los dientes blanquísimos y un corazón que se le desborda. No te mandará un beso por teléfono, ni te abrazará muy a menudo, pero cuando lo haga, será el más sincero del mundo. 

Tengo otra amiga que está loca, y ella lo sabe. Y que lo esté, y que lo sepa, y a pesar de ello siga evitando la cordura, es lo que la hace tan increíble. Tiene delirios de grandeza, y precisamente eso es lo que la hace a ella enorme. Hace listas de cincuenta utopías, y al minuto siguiente te baja a la Tierra a ti también. Ella siempre te hace ver el lado bueno de las cosas, y tú a ella cuando es ella quien está de lunes: feed back, lo llamáis. Su oído está de guardia veinticuatro horas al día para escuchar todas y cada una de tus teorías sobre la vida y los amores imposibles.
Es la reina del drama y del fifty-fifty: es la responsable de mis agujetas abdominales porque te hace llorar de la risa, y luego es ella la que llora cuando descuelgas de cuatro paredes cinco años de tu vida. Pero hermosura, sabes que estaré a la vuelta de la esquina. Llora con los abuelos y defiende el derecho a llorar. 

Tengo dos amigas geniales sin las que no sería lo que soy ahora y que me hacen de brújula cada día. Ambas tienen un estilo que quita el sentío. Y un día de agosto, sin ton ni son, me apetecía recordarles cuánto las quiero :)

viernes, 24 de agosto de 2012

Agosto en La Mancha


Emulando a Jeanette, entono un sentido “¿Por qué te vaaaaas?” dirigido a mi capacidad de concentración. Se va, o quizá nunca vino, no lo sé. Creo conocer la razón de su abandono, y no, no se fue a por tabaco: se fue porque vinieron todos. Porque es agosto y vinieron todos: “los forasteros”. Ya están aquí: sálvese quien pueda.

También llamados cariñosamente y a modo de abreviatura “fotes” por mi sabia madre maternal, forasteros es la palabra que toda viejademipueblo que se precie utiliza para designar a aquellas personas que vuelven a las villas manchegas en verano para doblar o triplicar su población y vaciar las estanterías de los supermercados. Recién llegados de capitales y ciudades dormitorio desde todos los puntos de España, no vienen solos: son como los niños, que traen un pan debajo del brazo, pero en lugar de pan lo que traen es coche con baca con bicis, cónyuge o equivalente, y descendencia variada, entre infantes y mascotas varias,  y las eses correctamente pronunciadas, que se irán extinguiendo paulatinamente conforme se introduzcan, de nuevo, en el mundo rural. Huelga decir que difieren, no obstante, de los recién nacidos, pues en este caso no traen pan: más bien se lo llevan, el uno de septiembre, junto a los botes con conservas de pisto, el choricillo y el lomo adobado que la agüela preparó en la matanza de enero; también se les conoce como asaltaorzas. Arrasan a su paso con huertos enteros.

Sí, agosto es una locura. Pasear a la Gorda sin exponerse a que se produzcan altercados perrunos con los canes recién llegados sólo es posible dándose una el madrugón, cosa que en el fondo es harto agradable porque las ocho de la mañana es el único momento del día en que se puede pisar la calle sin arriesgarse a derretirse sobre el asfalto cual mantequilla en sartén. Por cierto, una duda me corroe las entrañas: ¿por qué los fotes dejan de usar las bolsitas negras perfumadas, que estoy segura sí utilizan en la capital? ¿Acaso en las aceras del pueblo las cacas desaparecen solas? Grandes misterios de la humanidad (investigaremos el asunto de la hez evanescente).

Y no sólo traen perros y vacían despensas, no. También son expertos en reformas. Cosa fantástica, oye: significa trabajo para las cuadrillas de albañiles, un poco de movimiento para nuestra economía. Pero también significa ruido. Mucho ruido. Excavadoras y otras máquinas motorizadas y su correspondiente pitido incesante, repiqueteo sobre el cemento, hormigoneras, la radio, o los cánticos celestiales de obreros cuyo icono de estilo es Bustamante antes de ponerse cachas. Y polvo: mucho polvo. Así que tienes dos alternativas en lo que a ventanas/balcones concierne: cierras y el aire no circula (en fin, con la temperatura que tiene, casi mejor conformarse con que recircule con el ventilador el aire que tú recalientas), o la dejas abierta y el polvo inunda hasta el último rincón de la casa.

Además, están mis compañeros de fatigas mañaneras; ¡los conozco ya tan bien! Nos tenemos tanto aprecio que ellos no sólo vienen en agosto. No. Desde mayo ponen la banda sonora al comienzo de mis mañanas de estudio: los vendedores ambulantes. Que digo yo: ese enorme cartel a la entrada del pueblo que reza “Prohibida la venta ambulante”, ¿qué significa en realidad? Que vamos, yo prefiero que vengan y paseen por doquier la potencia de su megafonía y la decoración molona de sus furgos (rótulos como “Mi Mari”, o enormes Jesuses y/o Vírgenes variadas), ¡que tanto esfuerzo invertido en tunearlas no puede ser malgastado! Además, me plantean un reto día tras día: el de adivinar quién nos ofrece hoy su mercancía.  Y es que conozco al dedillo cada uno de sus eslóganes: el del chatarrero, el de la rubia-de-toas-las-semanas , el del rubio (cabello para todos los gustos), o el de los melones de “La Membrilla”. En serio, los adoro. Eso sí, en mi ranking de favoritos encabeza la lista el vendedor de pollos, que, entre anuncio y anuncio, pone canciones de Manolo Escobar. ¡Y que viva España!  Sólo vino una vez, pero encandiló mis oídos, se hizo con el puesto y no creo que nadie lo pueda desbancar. El eslogan me lo reservo; merecería la calificación de dos rombos, y puede haber menores.

Y luego está “el frejco”. A eso de las diez de la noche comienza el espectáculo: las puertas o portás se abren, las cortinas (normalmente el modelo estándar de tiras de plástico en marrón y beige) se apartan, y entre ellas aparecen un desfile de sillas plegables que se despliegan, valga la redundancia, en las aceras. No, no se sentarán de cara a la pared, que esto es La Mancha pero tenemos mucho glamour: se colocan al estilo de los cafés parisinos, orientándose hacia la calle, que no hacia la pared, para hacer el comentario pertinente cuando cruce el viandante de turno. Si tienes suerte, será algo bueno, y ni siquiera lo escucharás. Si eres menos afortunado, y especialmente si tienes prisa, intentarán preguntarte por la vida y milagros de tu tía Rita y los pormenores de la operación de próstata de tu tío abuelo Eustaquio. Si ya les das la mano y cogen el brazo, entonces directamente criticarán por vez número mil la alimentación de tu perra (¿se ha parado usted a observarse la barriga cervecera, caballero?), o “¿Ya vaaas?” (sí, señora, si sé que me tiene usted ya la hora cogida).

Por otra parte, los niños me encantan. Pensaba que no me gustaban y que no tenía feeling con ellos, pero sí. Eso, o mi reloj biológico se acelera (deténte, hermoso, que no tenemos FM todavía). Pero los niños forasteros están hechos de otra pasta. Pueden ser las dos de la mañana, y puede que tú y otro tanto por ciento nada despreciable de la población trabajéis y por tanto madruguéis, que ellos seguirán chillando por las calles como si no hubiera un mañana, o apareciendo en bicicletas supersónicas en las esquinas, haciéndote pegar el frenazo del siglo. Pero vamos, que su intención es buena: por si el capó tiene hambre.
O sea, la ley de la selva. Llegan de la ciudad, ven que los huevos salen de las gallinas, y se nos despendolan las criaturicas. Ea. 


¡Así es agosto en el pueblo, amigos! Pero vamos, que lo dicho: yo adoro su fauna y flora. En serio. Mi pueblo no sería mi pueblo sin la visita estival de los de ciudad, ni el verano, verano. Y puede que yo me transforme en uno de ellos un día no muy lejano, así que por la cuenta que me trae…sólo les hago críticas constructivas en forma de casi objetiva exposición de los hechos.

Pero. los aprecie o no, lo cierto es que cuando llega agosto, se acabó la paz, se desempolvan mis apuntes de Oncología y se fue mi concentración. ¡Es que es antinatural estudiar en verano! Menos mal que existe ese bendito artilugio de gomaespuma rosa que medio salva mis mañanas de estudio: los tapones. Gracias por vuestro esfuerzo bloqueando ondas sonoras intrusas en mi conducto auditivo externo, chicos, os quiero. 

miércoles, 11 de julio de 2012

Innsbruck

Dos aviones, turbulencias, casualidades de ésas que tanto me gustan y paisajes impensables. Después, por fin, la ciudad de las gigantescas montañas verdes, su lluvia diaria, sus cumbres con restos de nieve perezosa, sus calles de pueblecito de cuento: Innsbruck. Julio. Bailar salsa, o intentarlo. Klinik: coger vías intravenosas, preoxigenar, ventilar, y que un residente encantador te gire la cabeza para que mires el tórax del paciente en lugar de la máquina. Intubar por primera vez. Arrepentirse millón y medio de veces de no saber alemán (si se quieren reír de mí delante de mis narices pueden hacerlo sin ningún tipo de contención: no me voy a percatar). Que amanezca a las cuatro de la mañana. Vodka shots y erasmus felices. Descubrir supermercados y papelerías de dos plantas en las que me compraría todo.
Echar de menos a los de siempre y hablar con ellos como nunca. Personas nuevas, y nuevas historias.

Pintaba bien; y el cuadro, de momento, está saliendo realmente bonito.

(Pues eso, que a dos mil kilómetros de casa sigo viva, feliz y contenta y aprendiendo por qué el propofol es blanco, entre otras cosas. Seguiré dando noticias :)

lunes, 25 de junio de 2012

De magia y galletas



A menudo nos preguntamos por qué suceden las cosas. Por qué el agua hierve a cien grados tiene una explicación, por qué llueve cuando hay nubes también. Hay hechos que la ciencia se ocupa de estudiar y explicar. Sin embargo, hay cosas que, simplemente, suceden. Algunos lo llaman destino, otros coincidencia, azar. A mí me gusta llamarlo casualidad. Me gusta pensar que, sí, para todo hay una razón, pero muchas veces es más fácil dejar de buscarle tres pies al gato y dejarse sorprender por las casualidades, que existen y se nos van presentando por el camino para dibujar la ruta que ha de seguir nuestra vida.

Quién sabe si fue la casualidad la que hizo que estemos hoy aquí. Quizás estaba escrito que ese montón de críos se pondrían las botas perdidas de arena jugando al fútbol en el Poli, que aquella pequeña de ojos azules no se comería los macarrones si no eran con tomate Orlando. Puede que fuesen casualidad, o no, aquellas tardes de verano, los mediodías de Romería en que ni la cerveza te calma la sed. Y puede que también fuesen fruto del azar los amigos; pero no amigos cualesquiera: amigos de toda la vida y para toda la vida. Y, de repente, la casualidad maximizada en el momento perfecto y en unas galletas. Oye, qué casualidad que a ese chico tan alto, tan guapo, de pelo castaño, le gusten las mismas galletas que a la rubita de la sonrisa eterna y el corazón enorme.

Casualidad. Dos pulmones que casi murieron en el intento y muchos globos hicieron el resto.

Y es que dicen quienes lo conocen que el amor siempre te encuentra. Que sólo hay que ser capaz de quitarse la venda de los ojos cuando se presenta ante ti. Y es que hay que estar atento, ¡hasta cuando comes galletas!

La casualidad y la magia ya han cumplido su misión. Ahora viene la tarea más ardua, pero más bonita. Cultivar el amor que habéis tenido la enorme fortuna de encontrar el uno en el otro. Crecer juntos y sentiros de nuevo como niños cuando todos los problemas del mundo se esfumen con un abrazo. Mirarse y conseguir que la más gris y fría de las tardes de invierno se vuelva del color del caramelo. Dar gracias cada día a la vida, a la casualidad, a Dios, por haberos encontrado, porque existís el uno para el otro, y daros gracias por elegiros. Porque el amor es energía, es magia, es eso que todo lo mueve. Es la fuerza que os hará cada mañana levantaros con una sonrisa y tirar p´alante. Y llegar a viejos y que la gente se quede mirando con envidia cómo, a pesar de los años, seguís cogiéndoos de la mano. Tenéis cerca buenísimos ejemplos.
En la noche más corta del año, nuestra más larga lista de buenos deseos.

Felicidades. De vuestra familia, que os adora.






Y con estas palabras terminamos la ceremonia de la boda más esperada del año, la primera de la familia :)

viernes, 1 de junio de 2012

Junio


Que la Gorda se ponga panza arriba en el momento más inoportuno para que le rasque la barriga como si no hubiera un mañana. Las cenas con los de siempre que llenan las noches de carcajadas, las carreras por el parque con mis chicas. Cortar rosas (a veces con nocturnidad, premeditación y alevosía) y que me recuerden desde el jarrón que ya es primavera, aunque el calor que se cuela por el escaso hueco que dejo al balcón me haga pensar más bien en estío. Las primeras y deliciosas cerezas, enormes, oscuras, del huerto. Odiar "ojos y viejos" mientras bronceo mi piel con un saludable "moreno flexo", pero recordar que estamos a tan sólo días del final y lo maravilloso que fue el resto del curso. Saber que se acerca el momento en que los tomates saben como nunca y los días son enormes. La boda. Innsbruck. Cambios de planes que no significan cambio de vida, aunque sí una vida algo distinta.

miércoles, 23 de mayo de 2012

De velocidad y días más largos


Tiempo. Días de veinticinco horas. O más, puestos a pedir. 
Eso necesito. Y la causa no es “cuántas cosas tengo que hacer”, que también, como buena quejica en proceso de desquijificación que soy (algún día, no muy lejano, formaré parte de exquejicas no anónimos y orgullosos de serlo). La causa, señores, no es otra que los requerimientos de sueño y descanso de éste mi cuerpo, y la lentitud motora de la que es orgulloso dueño. Pueden denominarlo/denominarme como más común sea en su ámbito: pachorrona, papo, lerda, leeeenta, gansa (toda una demostración de poderío léxico, ¿eh? Tengo sueño residual, no me lo tengan en cuenta). 
Esas y no otras son las responsables de mi petición, a la que muchos se unirán por igual o diferente motivo (si es el mismo, por favor, hacédmelo saber para que no me sienta tan sola e incomprendida en mi mundo ralentizado). 
Si tuviera días de veinticinco horas no tendría que preguntarme por qué en dos horas de estudio sólo he subrayado diez páginas de uno de mis horribles tochos, ni tendría de qué preocuparme de qué le sucede a mis conexiones nerviosas cuando tardo en barrer y fregar éste mi cubículo universitario una fracción de tiempo cercana a la media hora. Ni cómo es posible tardar diez minutos largos en fregar un plato, una taza, unos cubiertos, y lavar y cortar un brócoli (sí, me estoy haciendo una mujer de provecho que poco a poco, microondas/cocina al vapor mediante, de vez en cuando hasta “cocina” algo).

Pues eso. Tiempo escaso. Lentitud a espuertas. Geriatría y Oftalmología me esperan en forma de dos hermosos e inabordables exámenes el 15 de junio. Ganas de estudiar y de continuar pasando mañanas de nueve horas en el Perpe (igual a hospital número dos, dónde ahora estoy de prácticas), igual a cero.
Motivos todos ellos de la falta de uso de mi estetoscopio. Pero espero, entre conjuntivitis y lámparas de hendidura, y ancianos frágiles con comorbilidades múltiples, seguir desahogándome-contándoles mi vida-dejando a mis tornillos seguir vagando por el espacio cuales entes cósmicos (o cuales miodesopsias, o cuales detritus en un signo de Tyndall-podéis pedirme la traducción de estas frikadas médicas, lo haré encantada) a través de mis palabras y de este golpear de teclas que tanto me gusta. 

lunes, 14 de mayo de 2012

El momento de mayor cordura de tu vida


Cuando la casualidad, la magia y la suerte se dan la mano. Es en tal condicional cuando la vida, al fin, te devuelve la sonrisa. Raro e infrecuente. Pero a veces ocurre. Entonces el tiempo y los pies frenan en seco, y, en una paradoja,  el corazón se acelera. Golpea tan fuerte que parece escapar del pecho. Y giras, y miras, y te frotas los ojos y vuelves a mirar. Y piensas que no puede haber tarde de primavera más bonita. Y deseas no estar soñando. Deseas que la esperanza, las plegarias, los ojos húmedos, la magia y la ciencia hayan unido sus fuerzas en una particular conjura, y deseas que sea ése momento el de mayor cordura de tu vida. Abrazas esa realidad y la guardas en el cofre de los más bellos tesoros. 
Vuelves a pensar que, después de todo, la magia existe, y, como un día dijiste, medio en serio, medio en broma, "las casualidades son más bonitas".

viernes, 4 de mayo de 2012

Mucha magia


La ducha de los viernes. El olor a desayuno, y las lágrimas que se secan preparando bizcochos (por fin suben, ¡dimos con la harina mágica!). Después de la tormenta siempre llega la calma. Los abrazos a tiempo y a destiempo, al por mayor y a demanda.  El asalto súbito, a la altura de la cadera, de unos ojos tintados de un azul insólito; una vocecilla y un abrazo: la frescura, la espontaneidad, hechas personita. 
Los últimos cielos de abril, que parchean el azul de blancos y negros. Los abrazos al abuelo. Las llamadas inesperadas, y el feed-back, que, en el fondo, siempre funciona. Colocar a la Gorda una cinta rosa sobre el collar, y llamarla “chica guapa”; ésa bola de pelo blanco siempre me hace sonreír. 
Los gatos que, demasiado rollizos para ser callejeros, cazan pájaros en el tejado de enfrente.
Los folios desparramados, y los dedos manchados con trazos multicolor. La concentración que amenaza con marcharse para no volver; entonces te acuerdas de las fotos que esconden historias, y las historias que aún no sabemos si terminarán también colgadas de esos corchos. Las vidas que penden de un hilo. La fragilidad de la existencia se hace más evidente entre esas cuatro paredes. Las lágrimas que se camuflan en una nana, y, al fondo, la esperanza. 
Recordar que todo el esfuerzo merece la pena. Que tras tanta lógica hay, en realidad, mucha magia.

jueves, 26 de abril de 2012

Ensayo y error. Y acierto


Con mi mano contusionada, la inspiración de día libre y una maravillosa noche de primavera (incluida terracita, paseo y riquísimo helado en buena compañía) hoy os dejo un texto de Elsa Punset, filósofa, hija de Eduardo Punset, de la revista Telva de septiembre de 2011. Que lo disfrutéis tanto como yo :)


"Aunque todavía no he podido leerlo, me encanta el título del último libro de Albert Espinosa: Si tú me dices ven lo dejo todo…pero dime ven. Asegura el autor que se lo sugirió una señora mayor a la que conoció en una tienda, que le advertía del peligro de dejar pasar la vida desde la orilla sin atreverse a lanzarse de cabeza. Me encanta que alguien que acumula mucha experiencia de vida me confirme lo que siempre he sospechado: que la vida pasa factura a los indecisos y a los miedosos.

¿Por qué esperamos que la vida venga a nosotros en vez de adelantarnos y tomar la iniciativa? Sospecho que, más que por pereza, es sobre todo para evitar rechazos y vergüenzas. Pero con los miedos y las vergüenzas escapan también por el desagüe casi todas las cosas inesperadas y divertidas, las oportunidades y los encuentros casuales, en fin, la vida que fluye y lo transforma todo si no nos atrincheramos.
De hecho, los estudios sugieren que al final de nuestras vidas nos arrepentiremos más por lo que no hemos hecho que por lo que sí nos atrevimos a hacer, aunque salga mal.

Cuidado pues con darle una importancia exagerada a la equivocación y al rechazo, a protegerse de sus pequeños zarpazos como si nuestra supervivencia fuese en ello. 
Esto no le pasa a mi duendecillo Tici (mi hija), que con la frescura de sus 6 años y un sentido aún limitado del ridículo y del peligro se cae y se levanta varias veces cada día, a veces con lagrimones y lamentaciones, pero siempre con el deseo incontenible de comerse la vida a bocados, de comprenderla, de catalogarla, de colonizarla. Lo de Tici es normal, porque cuando nacemos, traemos dos encargos urgentes de cara a la vida: desarrollar nuestra capacidad de amar y alimentar nuestra curiosidad desbordante por el mundo que nos rodea. De hecho, sólo envejecemos de verdad, por dentro, cuando dejamos de amar y de sentir curiosidad. Suele ocurrir cuando nos empeñamos en construir laboriosamente respuestas artificiales para poner coto a la fluidez mareante de la vida, cuando dejamos de descubrir y de arriesgar, de aceptar, incluso, el fracaso. Entonces nos inquietamos, nos comparamos, y nos lamentamos exageradamente. Podemos intentar paliarlo con fármacos, pero son un pobre sustituto para las ganas de vivir.
El abuelo de Tici lo llama, desde que yo era pequeña, la infinita capacidad de la gente para hacerse infeliz. Eses es un mal que no parece afectar a mi pequeña, que acaba de despertarse y ya se ha instalado sobre mi cama. Canturrea y charla a mi lado, entremezclando preguntas dispares acerca de monos y nacionalidades, todo ello puntuado con una versión casera de la canción de Bob Esponja aderezada de unos ingeniosos versos especiales dedicados a Patricio. Es domingo, son las 8 de la mañana y me cuesta seguirla. “¿Sabes que cuando Patricio se pelea con Bob Esponja es más inteligente?”- afirma con las cejas levantadas-. Me cuesta creerlo, pero ella está claramente convencida de ello. Y probablemente tenga razón: la vida, aunque estalle con brusquedad, necesita movimiento para seguir fluyendo. Abro la boca para explicárselo, pero mi duendecillo ya me dejó atrás y me presenta nuevos retos por resolver. “¿Sabes cómo se llama un gorila con un plátano en cada oreja?” pregunta mirándome fijamente. Intento aventurar una respuesta pero de nuevo llego tarde: “Da igual cómo le llames, ¡no puede oírte!”, exclama con una carcajada. A veces creo que practica la curiosa hazaña de hablar sin respirar, aunque más que hablar parece que zumba como uno de esos abejorros grandes y rayados que tanto le gustan. ¿Será ése su secreto?
Al fin surgen unos segundos en silencio y luego…” ¿Cómo se dice continuará en inglés?”..."To be continued”, sentencio yo con un discreto suspiro de alivio. Ella se me queda mirando perpleja, intentando repetir mentalmente las palabrejas incomprensibles que acabo de pronunciar. Al cabo de unos segundos veo en su carita que lo da por imposible. “¡Pues eso!...”, exclama finalmente sin darle la menor importancia, mientras salta de mi cama rumbo a la vida. 

Vivir es muchas cosas. Pero a vivir se aprende a base de ensayo y error; de vez en cuando, aciertas. 

miércoles, 25 de abril de 2012

Mi carrera deportiva


También podría titular a esta nueva inconexión (inconexa, pero cierta) El suelo II. Leeréis por qué.

Situación 1: tercer día del inicio de mis entrenamientos para lanzar en unas semanas mi meteórica carrera deportiva (NdelT: cuando llega la primavera a los grandes-almacenes-cuyo-nombre-todos-conocemos llega con ella a mi mente el desagradable soniquete repetido en todo anuncio de radio que se precie –“operación bikini”- y la imagen de mis lorzas aumentadas a costa de muchas horas de silla y codos me castiga. Resumen: yo también me uno a la ruta del colesterol. Y (motivo para aumentar exponencialmente mi depósito de felicidad) poco a poco estoy consiguiendo correr. Hacer running, que diría la gente guay. Supongo que se debe a una mezcla de la fuerza de voluntad, la envidia cochina que me hace enverdecer cuando veo a jóvenes aquíleos que corren cuales guepardos africanos (y para colmo huelen bien-duda existencial: ¿la gente se perfuma para salir a correr?-), mis zapatillas feas a la par que ergonómicas, y una creciente obsesión por la salud (síndrome del estudiante de Medicina- he de decir que no, no soy de las que se levanta al espejo a buscarse la mancha café con leche ni nada por el estilo-).

Total. Día sí, día no, mi meteórica carrera deportiva se va forjando y el michelín va decreciendo. Pero, ¡ay, pobre de mí! Sigan, sigan.

Situación 2: hoy, después de una tarde de Neuro Pediátrica guay del Paraguay me emociono y empiezo “el entrenamiento” un poco más rápido de lo normal (“Estoy en el tercer día, seguro que ya soy como Usain Bolt”, me digo), y cuando comienzo con los minutos de running, yo, toda torera, subo y bajo las cuestas de un parque. 
Resultado: ligero flato (y ligero dolor lancinante en ambos hombros por la irritación diafragmática que provocan mis vísceras botando alegremente). 

Total (sí, además de una deportista de élite soy una persiana, ¡así me horneó mamá!), a pesar de los pinchazos en múltiples niveles, yo, que soy una valiente, sigo corriendo. Y lo veo. El edificio enorme de ladrillos marrones recortando en silueta en la lejanía del horizonte. Con sus letras amarillas. Mi hospital. “Cómo me gusta”, pienso, “aunque menos mal que me estoy convirtiendo al vidasanismo y seguro que no iré allí más que a estudiar y trabajar”.

Cinco segundos después, cruzando un paso de cebra, y con la feliz idea de “¡Uaaau! ¡Qué guay es correr! ¡Qué súper sana soy!”…¡Patapláf!


Sí. Señoras y señores, mi carrera deportiva de hoy concluyó frenando de manos (contusionadas, eritematosas, doloridas y algo fibrosadas) sobre el asfalto, que no de boca y sin dientes y atropellada por el coche que pasó por el lugar siete segundos más tarde.

Conclusión: hay que reírse de la vida, y de uno mismo.
Buenas noches :)

martes, 17 de abril de 2012

El suelo

Cuando llegué ayer a prácticas, mis compañeros seguían en el aula. Para matar el tiempo me puse a dar vueltas por el hospital. Y ayer, no sé si por ser lunes, por haberme levantado con el pie izquierdo, o porque tenía más limpio el cristal de las gafas por el que se ve la tristeza, me sentí triste. Indefensa. Incapaz. Asustada.

Me senté en uno de tantos sillones del pasillo de Consultas Externas y observé a mi alrededor mientras algo me retorcía las entrañas. Observé la luz amarillenta de la mañana, demasiado fría para ser de abril, colándose por el cristal de un techo muy alto. Observé el suelo color crema con pequeñas piedras marrones, pasado de moda, vestigio de los ochenta, tantas veces pulido con esas máquinas extrañas que impregnan el ambiente de un olor metálico. El discreto testigo de tan distintas historias, acariciado o golpeado según cuán ligera o pesada es la carga de quienes caminan sobre él. Me pregunto de qué historias es espectador este pavimento los domingos. Me pregunto qué luces permanecen encendidas y cuáles no.

Continúo sentada, y continúan pasando ante mis ojos, sobre el suelo anticuado, cientos de historias de ciudad pequeña. Una pareja que sonríe y porta una carpeta con un dibujo de cigüeña; irán hacia Tocología. Una camilla con una mujer mayor, varios sanitarios, y un ambú y un desfibrilador sobre ella. A mi lado, a un anciano cuyos ojos se pierden entre sus arrugas y bajo su boina, lo han aparcado en su silla de ruedas; espero que ahora vengan a buscarlo. Una mujer con un pañuelo que oculta su recién estrenada calvicie. Una chica, que no debe ser mucho mayor que yo, en la sala de espera del Hospital de Día, también con un pañuelo, deja caer la cabeza sobre el hombro de su madre, deja asomar la tristeza a sus ojos.

Nacer, morir. No elegimos cuándo ni cómo.

El suelo es testigo mudo de historias de vidas, de personas. Como tú y como yo. Las mayores penas y alegrías circulan por estos pasillos. Instantes que te cambian para siempre la vida y la percepción, las miras.

Hoy yo me siento débil. Yo, que me creía de hierro, que presumía de unos muros impenetrables, hoy me siento una ínfima parte más del mundo, tan vulnerable como todas las vidas que circulan ante mí. Y siento miedo, miedo de lo frágil que es la existencia. Miedo a no soportar calmar el miedo de los demás; elegí esto porque me creía de hierro.

miércoles, 11 de abril de 2012

Dos

Hoy ha sido un día más, un día menos. Un día normal, un día bueno; estudié lo que me propuse, hice deporte, fui a prácticas. Rutina.

Hoy es once de abril: un día más, un día menos. Desde hace dos años, una rutina nueva: echarte de menos a ti también.

Hoy reúno lo que te escribí en tardes tristes. Hoy te recuerdo un poco más.

Nati, te echo de menos.


Si hace un mes me hubiesen advertido que nunca más te vería me hubiese parado a mirarte mejor, a memorizar tu pelo, tus gestos, tus carcajadas. A grabar todo en mi cabeza. Ahí está todo ahora, en mi cabeza. Tal como tú lo fuiste guardando poco a poco durante estos 20 años. Con la risa de fondo, siempre todo con risas. Ahora no me río. Ahora ya, tampoco lloro. No merece la pena recordarte llorando, sólo quiero sonreír por tantos buenos recuerdos. Pero tengo miedo de olvidar. De olvidar tu voz, tus carcajadas enormes, tus expresiones, tus cosas. Y me da rabia no haber estado más atenta, no haber pensado que se hacía imprescindible exprimir más cada instante cuando aún estabas aquí.

Siempre me he arrepentido de haber dejado la música, pero aquel maldito lunes fue aún peor. Sólo pediste, más de una vez, dos canciones. Dos simples canciones. Y yo no te las pude tocar. Pero te juro y perjuro que camino del cementerio iban sonando en mi cabeza. Junto a risas ahogadas. Me reía porque decías que querías "Paquito el Chocolatero" en tu entierro porque nadie iba a ir llorando; así, por lo menos, bailarían. Qué malpensada...no sé cómo se te pasaba por la cabeza que los que nos hemos quedado aquí abajo no íbamos a extrañarte.

Pues voy a extrañarte, y mucho. Ya lo he hecho. Ya lo hago. Hace unos días llegué a ese lugar donde tantos fueron los domingos de cháchara, fuego y risas, y sabía que ya nunca más iba a encontrarte allí. Bajé del coche con la certeza de que ya nunca más ibas a estar allí, pero con alguna suerte de tonta esperanza de poder preguntarte qué tal te habían tratado en el hospital.

El hospital...la última vez que te ví. Postrada en la cama, como veo a tantos pacientes estos días...Me acuerdo de tí a cada instante: esa última visita que te hice, sin parar de hablarte, de contarte mi montón de tonterías. Fue tan corta...no pensaba que iba a ser la última vez que te veía. No quise mirar atrás, al día siguiente iba a visitarte de nuevo, pero no pudo ser...Recuerdo que nos dijiste lo guapos que nos habíamos puesto para la ordenación; tú también deberías haber estado allí, en lugar de luchando...Luchaste mucho, por eso duele aún más.

Has de saber que voy a recordarte cada día, como les recuerdo a ellos desde hace cinco y cuatro años. Voy a recordarte cada vez que prepare un mojito, y me lo beba a tu salud. Mi potingue de Bacardi te encantaba. Seguiré tus consejos: los serios y los que me diste medio en broma: "¡Fuma, y bebe, y hazte una perdía!". Tu particular carpe diem. Espero viajar algún día a donde a tí tanto te hubiera gustado ir, y allí te recordaré; supongo que con una sonrisa y los ojos vidriosos, aunque quién sabe qué hace el tiempo con los fantasmas.

Y, ¿sabes?, cuando los años me pesen y me dé una prórroga, como hiciste tú (no pedías tanto, ¡qué maldad no habértela concedido!), no te preocupes, me acordaré de tus cosas y te veré en "la más puta de la residencia". Y estoy segura de que me reiré sola un buen rato.

Echaré de menos salir en verano con el pelo a medio secar, y acercarme a donde estábais sentados, y que me preguntases "si venían ya mamá y papá". Te estoy echando tanto de menos...Si es que tenías toda la razón, tengo "el corazón muy blando". Me gustaría tanto poder contarte lo blando que sigue...todas las tonterías que me ocurren cada día, las risas que no se me acaban...Tenía mucho que contarte aún.

Lamentaré que no hayas conocido a tanta gente que tenía que presentarte; te hubieran encantado. Y contarte tantas historias...Creo que eras la persona que más ilusión tenía por ir a mi graduación, por conocer a mi novio (siempre me decíais que teníais que ser los primeros en darle el visto bueno), por ir a mi boda...Quién sabe si todo eso ocurrirá; lo único que sé es que si así es pensaré mucho en tí; habrías estado allí la primera, guapísima y con una sonrisa de oreja a oreja.

Echaré de menos que me agarres del brazo para ayudarte en alguna escalera; "a ver, ¡la impedida!", me llamabas. Que digas ese "¡Maaaadre mía!" tan tuyo cuando te desesperabas porque tenía el corazón en off, ya ni siquiera blando, sino desintegrado; como está ahora.

Echaré de menos ir a tu casa en cualquier momento y escandalizarte contándote historias de gente joven, y que me preguntes qué tal me lo pasé en el botellón. Siempre usabas esas palabras.

Echaré de menos que mi madre desaparezca a media tarde, y llamarla preocupada para ver dónde se ha metido, y escucharte de fondo porque estáis cotilleando en tu casa. Y que llames por teléfono y reconocerte enseguida porque siempre me decías aquello de "hermosa".

La música...la de veces que me recordabas aquella noche en que os empeñásteis en que os demostrase mis tristes dotes pianísticas nueveañiles, y cómo me enrabieté porque no me hacíais ni caso. Porque siempre estábais cotorreando; y ni te imaginas cuánto voy a echar de menos esas conversaciones infinitas, tus carcajadas. Y aquella vez en Úbeda, con la famosa canción de la naranja en la cabeza...creo que repetiste aquello al menos un millar de veces, y siempre te partías de risa aunque te lo sabías de memoria.

El que saludes a las niñas del pueblo en la plaza y les enseñes alguna palabrota mientras yo me enfado y me río al mismo tiempo. Los domingos en Pozoleña poniéndome pesada porque, "Natiiiiiiiiiiiiiii, ¿qué puedo ser de mayooooor?". La ilusión que te hacía que te curase...Médico de viejas, me decías. Y pensar que ya nunca podré curarte...Que no voy a poder contarte las chorradas que me ocurren, los médicos tan guapos que veo por el hospital.

Que me llames para pedirme que vaya a El Corte Inglés a por esa ropa carísima que tanto te gustaba; hay que ver lo pija y lo caprichosa que eras, y cómo me encantaba serlo contigo. Que me guardes los lazos de cuadritos que tanto me gustaban y que tú acumulabas.

Sabías que me encanta viajar, y escribir. Así que voy a echar de menos el que me pidas aquello de que te escriba "por lo menos cuatro o cinco folios cada día", y buscarte la postal más bonita, o la más hortera de todas; te encantaba la farándula, el "toni nai".

Voy a pasarlo mal el día de Navidad. Más que la comida, o los regalos, veinticinco de diciembre era el ir a tu casa por la tarde para felicitarte, y encontrarte siempre en el mismo rincón del sofá, preguntándome por todo y por nada. Qué mal que este último veinticinco yo estuviese tan tonta...

Echaré de menos el encontraros por la calle y que paréis con el todoterreno. Que me digas eso de: "¡Aaaaay, las de Emilio, qué tendrá Emilio!". Hablar de temas paranormales, y ver a cuál de las tres tontas se nos ponían los pelos más de punta. Saber que has llegado de las cañas a las seis de la tarde, siempre disfrutando hasta última hora. Que me preguntes por "las modernas" y por "Bertín", y por "tu chico"...Ellos también lo han sentido mucho, ¿sabes?

Y que me preguntes por "mamá", la forma en que más me gusta que me pregunten por ella. Nadie más lo hará.



Siete meses. Más de medio año. La verdad es que tengo que pararme a contarlos para hablar de cifras, pues yo sólo sé que te echo de menos. Da igual que pase un mes, que pasen veinte años. Yo te recuerdo un ratito cada día, y de vez en cuando escribo algunas líneas tontas como estas, sabiendo que no vas a leerlas, pero sintiendo con ello que te hago un pequeño y merecido “homenaje”.

Las calles, a tiempo esta vez, se han llenado de hojas vencidas que crujen bajo mis suelas; el frío, sin embargo, no parece tener mucha prisa. Llover…sí, llovió. Diluvió aquel día: esa tarde de angustiosa resaca el agua se llevó todas las lágrimas y caló hasta los huesos, grabando como si fuese un punzón la idea de que hay que hacerse a la idea de que esto no es mentira, que hay que asimilar que aquí…aquí ya no estás. Hoy hace siete meses que algún ente malvado, o Dios, o esta vida puñetera, o quién sabe quién, que escuchaba su voz al otro lado diciéndome algo que ya sabía…y eso que aquella mañana había estado comentando con gente que te quiere mucho, como yo, tu ralentizado progreso…Mínimo, pero progreso. Tenía dudas sobre cómo saldrías...pensaba que quizás ésta fuese mejor solución…pero, definitivamente, no la quería…No sé si es mejor echarte de menos, o que hubieses seguido aquí, pero diferente…

Nada es mejor.

Como siempre desde que existen estos siempres tan tristes, hoy, once, me he acordado de ti, como cada día. Y me he acordado de que ya no va a haber más tardes de castañas frente a la leña ardiendo en tu cortijo, y he odiado al otoño como nunca. Momento que guardo, momento que me duele por no poder compartirlo contigo: eras una confidente particular y un poco impuesta, pero tus opiniones eran geniales, e imprescindibles. Echo de menos tus “broncas”, tu cara de desesperación y ataque de risa simultáneamente cuando te contaba mis…¿problemas? No existen los problemas. Que ya no estés me ha enseñado a relativizar tanto... Me hubiese gustado contarte cuál fue su mensaje de cumpleaños: “si es que tienes el corazón muy blando”, hubieses dicho. Repetir por vez número mil lo bonita que es mi vieja bici, y lo rápido que me muevo con ella entre hospital y hospital. Contarte tonterías, las fiestas en la discoteca de moda, las broncas que nos echa “La Pura” por quedarnos siempre hasta que amanece, los cotilleos de la noche. Hace poco Emilio me regaló un montón de fotos que yo quería sacar para un álbum, y apareciste tú “conduciendo” mi coche: la miro y me duele que al final no pudieses conducir “un tonto”.

Te echo de menos.


Ya no se llora, o al menos no tanto. Será eso de que el tiempo cura, o que estás por ahí o por aquí cerca de mí, aunque no te vea. Nos repiten eso de que la vida enseña, que hay que aprender de los errores…y tú, no sé si porque los cometiste o porque eras más lista que yo, me repetías como un disco rayado que viviese la vida…y me doy cuenta de que no lo hago como debería…me lo apunto en la lista de cosas pendientes; tengo ya que espabilar, seguir tus consejos: "¡Fuma, bebe, y hazte una perdía!"...¡No tan literales!

...¿Ves? Al menos, desde la distancia incalculable que nos pone la muerte, sigues sacándome la sonrisa.



martes, 10 de abril de 2012

La sexta izquierda

Vuelta a la normalidad. ¡Cómo cuesta tras días de estudio escaso y dulces caseros en cantidades industriales! Estómago demasiado lleno y michelín peligrosamente engrosado, y neuronas en estado de shock.

Y cómo cuesta pegarse el madrugón para, con la radio de fondo, conducir hasta la ciudad y comprobar al llegar que no hay luz en las aulas (¿la crisis?), y te hacen esperar hora y media para dar la clase. Los profesores de hoy en día no saben vivir sin el powerpoint. Y ni por esas consiguen que salgas de clase con las ideas claras.


Después de clase he comenzado la penúltima rotación en Pediatría: lactantes y escolares, “la planta”. La sexta izquierda, como también se la llama. Un lugar distinto.

Las paredes y el suelo son grises, pero están repletos de dibujos y de color. En el control de enfermería no hay estanterías para las carpetas de las historias clínicas, sino una especie de encimera abarrotada de peluches y muñecos. No se escuchan visitas ruidosas, y aunque también se adivinan caras tristes y ojos cansados, hasta el pasillo llega el sonido de los dibujos animados desde el televisor, y alguna que otra risa. Los pacientes son como liliputienses, y hay que buscarlos en la relativa inmensidad de la cama. Y aunque tienen agujas en los brazos, y les hacen mil y una perrerías, ellos sonríen tímidamente cuando entras y les preguntas por esos juguetes tan bonitos que tienen desparramados entre las sábanas. Aún me quedan unos quince días de prácticas, pero no quiero ser pediatra. Demasiado duro emocionalmente. Aunque he de decir que también estoy disfrutando muchísimo, riéndome como nunca lo había hecho en las prácticas.

No quiero afirmar o negar qué quiero ser. Pero es que va tocando pensar en el futuro, ése tan incierto. Ayer comenzó en Madrid la elección de plazas del MIR. Probablemente la mayoría de quienes me leáis estéis tan acostumbrados como yo a la palabrita y no necesitáis explicación alguna. Para los que no, a modo de rápido resumen, debéis saber que al terminar la carrera de Medicina la mayoría de licenciados optan (optaremos) por hacer el examen MIR; obtendremos una puntuación concreta que nos permitirá elegir en qué especialidad médica queremos formarnos los próximos cuatro o cinco años, y, después, el resto de nuestros días.

En un par de años espero estar allí. Escogiendo mi vida. Mientras tanto, voy sopesando pros y contras.